martes, 22 de septiembre de 2009

MI QUINTO CUMPLEAÑOS

Había prometido que la próxima "entrega" de mis andanzas de infancia (o sea, ésta) se la dedicaría a Mary, que parece seguirlo como un serial radiofónico de aquellos de Sautier Casaseca. Marydé, también. Así que la incorporo a la dedicatoria. Y ya puestos, para cerrar las entregas, que me hacen sentir como el "abuelo Cebolleta", pues a quien quiera incorporarse a la fiesta de cumpleaños...
............................................................................................................................................................................

Cuando cumplí cinco años mi abuela consideró que la nueva casa de mis padres, en la que había habilitado la sala con una sencilla mesa de mimbre, sillas y sillones a juego, podría ser más apropiada para albergar cómodamente al escaso número de invitados. Eso sí: honorables todos ellos.

La más joven, excluida yo misma, era mi tía Manolita que ya no cumplía los 45 aunque su aspecto no delatase su edad. Podría decirse de ella que estaba soltera (y así lo hacía creer ) ya que su matrimonio, llevado a efecto durante la guerra civil, fue breve al caer abatido en el frente su recién estrenado marido a los pocos meses del evento que la había hecho pasar de señorita a señora. La recuerdo siempre distinguida en su porte y ademanes. Alegre y dicharachera. Muy distinta al resto de sus hermanos entre los que se contaba mi padre. Caminaba siempre sobre altos tacones y sus vestidos marcaban el talle. Esbelta aunque no muy alta. Rubio el pelo, al menos desde que yo tengo conciencia de su existencia, con melena peinada a lo Rita Hayworth y carmín en los finos labios. Este aspecto tenía también ese 3 de Julio de 1958 mientras comía el trozo de tarta que yo misma, siguiendo las indicaciones de mi abuela, le había entregado en un platito. Probablemente ya estaba entonces su pensamiento lejos del pueblo. Poco después se marchó a Francia, viendo que Francia no venía a ella. Allí encontró al príncipe azul, descolorido por el paso del tiempo, encarnado en un ucraniano afincado en Canadá. Y empezó a enviarnos noticias desde Toronto.

No había sido la primera en recibir su parte de mi pastel de cumpleaños. Pues ese honor le había correspondido a mi bisabuela Teresa, popularmente conocida como “Teresina la cantera”; el apodo le vino de la profesión de mi bisabuelo ya fallecido. Cantero, de cuya labor aún queda alguna muestra en el pueblo: un relieve en el frontón del dintel de la entrada a una tienda de ultramarinos. A pesar de las segundas nupcias de mi abuela, ésta seguía considerando a Teresa como su suegra. Bien pensado no tenía otra, ya que Bareto y sus hermanos eran huérfanos desde niños y habían vivido repartidos entre sus familiares más próximos.

Con mi bisabuela, de aspecto menudo, el pelo completamente blanco recogido en un moño y vestida enteramente de negro, también tuvieron la delicadeza de acudir a la convocatoria dos hijas suyas, y, por ende, cuñadas de mi abuela: Flora, casada con el paciente y entrañable Floro, y orgullosa de aquella permanente que le electrizaba el cabello, y Carmina, sempiterna soltera. No sé si su estado era vocacional o fruto de las circunstancias. No parecía proclive a las sonrisas aunque siempre tenía para mí una palabra amable.

Y cierra el círculo de invitados, Mercedes. Era prima de mi padre. Un encanto de mujer. A camino entre los cuarenta y los cincuenta y apuntada también a la soltería, su rostro mostraba una perpetua sonrisa. Derrochaba simpatía y hablaba por los codos. A Mercedes le rompió el noviazgo la guerra civil. Su novio y ella quedaron, tras el estallido, situados en bandos distintos. Y ella le perdió la pista…Ya entrada en años recibió la visita de un jubilado Carlos, viudo, y cuyos hijos, que ya le habían proporcionado nietos, tenían su vida demasiado ocupada. Volvió a buscarla. Y la encontró. Mercedes no se había pasado la vida esperando de su casa a la estación por ver si Carlos volvía. Pero éste se sabía bien el camino desde la estación hasta su casa. Se casaron entonces y disfrutaron juntos sus últimos años en una residencia para ancianos de la que la buena salud que ambos disfrutaban les permitía salir a pasear y gozar de los pequeños placeres cotidianos: un café en el Avenida, una comida en casa Milagros, una amena charla en la calle con un vecino o pariente… La vida es agradecida con quien agradece vivir…

Pues bien. A este elenco de asistentes a la celebración de mi quinto cumpleaños, súmense mi trío familiar y ya tenemos la escena. Yo de pie sobre una de las sillas, repartiendo trozos de tarta a diestro y siniestro, ocupando el centro del coro, peinada estilo paje y con un vestido blanco, cuyo vuelo recordaba a la corola invertida de una almidonadísima amapola (si esto pudiera ser), con una cinta de raso roja alrededor del vestido a la altura casi de la axila, atada en la parte delantera con un lustroso y enorme lazo.

Mientras mi abuela sigue en su papel de anfitriona, vigilante para que el moscatel no falte en las copas, y mi tío Joaquín piensa sesudamente por dónde será más adecuado hincarle la cucharilla al pastel, Bareto recibe el trozo de tarta con su mano derecha mientras esconde la izquierda a la espalda, sujetando un pitillo entre los dedos índice y pulgar, amarillentos por el efecto del tabaco de picadura de cuarterón.

Y yo, en este escenario, escondiendo mi timidez bajo una expresión de dulce candidez, siguiendo un protocolo de instrucciones que comenzaba en el soplido de las velas, y terminaba en la expresión de agradecimiento plasmada en una fotografía de conjunto hecha por Minfer el fotógrafo. Destino de la misma, Guinea Ecuatorial.

Karen Dinesen

8 comentarios:

Luis Simón Albalá Álvarez dijo...

Una foto del vestido almidonado no añadiría nada al relato pero quedaría bien...

Anónimo dijo...

Gracias amiga. Ver fotos es una de las actividades con las que más disfruto. El hecho de poder compartirla de esta manera la hace mucho más amena.
Me gustaría preguntarte ¿Cómo te has sentido sacando "estas fotos" de familia?
Yo me siento muy bien, pareceme que te conozco un poco más y ya sabes "conocer es amar".

Besitos, preciosa foto de cumpleaños

Anónimo dijo...

Jolines (perdón) esto no me deja participar con mi nombre.
Bely

belijerez dijo...

Probando, probando...OK

Karen Dinesen dijo...

Luis Simón, te aseguro que sí añadiría. En lo del almidonado del vestido me quedé corta.Gracias por pasar.



Anónimo,Bely, querida. ¿Me estás devolviendo la que te hice, eh? Pero como eres más buena que yo,sólo me pusiste dos comentarios extra.
Un abrazo. Y gracias.

miner dijo...

Espero que no cierres las entregas, pues crean adicción.
Describes de tal manera la fiesta de cumpleaños que es como si nos hubiéramos incorporado a ella.Además los personajes están magníficamente retratados.

Un saludín

mary dijo...

gracies por la dedicatoria Karen....estos relatos son los que me gustan los de Gillermo Sautier, también los escuchaba, mi madre era muy aficionada a ellos, pero nada como tus relatos yo también soy una abuela cebolleta y a mucha honra jejeje besinos.....

belijerez dijo...

Karen, ahora me doy cuenta de que te quedastes conmigo. A mi realmente no funcionaban los comentarios, de verdad, nuncamiento.