miércoles, 9 de diciembre de 2009

GIJÓN


Hoy, 9 de Diciembre, cumple un año éste, mi blog. Yo creo que él, si no fuese tan discreto, que sólo habla bajo mis indicaciones, le dedicaría la entrada de hoy a la ciudad que me acogió y le vio nacer a él. Así que yo, interpretando sus deseos, voy y lo hago.




¡Mmmmmmmmmmmmmmmmmm, Gijón!! Sus calles olían a café, pasteles y a mar.


Esta ciudad, distante apenas unos treinta kilómetros del pueblo, era visitada con frecuencia por mi abuela, Bareto y yo misma.


Mi tío Joaquín se sumaba únicamente en casos especiales como la llegada de mi madre al Puerto de El Musel cuando venía de “campaña” (así llamaba ella a su estancia en el pueblo durante un mes cada dos años)…También mi tío nos acompañaba a mi abuela y a mí el 1 de Noviembre en la visita al cementerio. Por ver y hablar un poco con el abuelo. Y reafirmarse en sus convicciones políticas en el recuerdo. Tenía una foto de mi abuelo enmarcada entre un cristal por delante y un cartón por detrás sujetos los tres planos por una cinta adhesiva de color morado que cerraba alrededor haciendo la función de marco, colgada de una de las paredes de su habitación. Con un lápiz que tenía la mina de color morado y que afilaba con ayuda de una navaja, había escrito con su letra clara y redonda la siguiente frase en el fondo blanco en el que destacaba la imagen de mi joven abuelo: “más vale morir de pie que vivir de rodillas”. Cuando hablo de mi tío me voy inevitablemente con él. Vuelvo a Gijón. Las más fieles y asiduas visitantes éramos mi abuela y yo.


Allí vivía la hermana menor de mi abuela: Carmen. Aunque nos referíamos a ella como la Tata. Ella y su marido no tenían hijos y concentraban en mí todo el cariño que hubiesen dedicado a sus vástagos si éstos se hubieran hecho sitio en el planeta. No fue el caso. Así que la Tata colmaría todos mis deseos infantiles en materia de cosas inútiles si mi abuela no hubiera estado allí para impedirlo.


No obstante, no había viaje a Gijón que no terminase con una visita a la tienda de “Precios Únicos”. Aquello era el paraíso del juguete. Estaba el establecimiento situado en una esquina , cerca de la Playa, en la zona denominada el Naútico. No recuerdo el número de escaparates. Pero eran varios y a mis ojos enormes. No me alcanzaba la vista para ver todo lo que contenían. Todos los elementos expuestos en cada uno de ellos tenían el mismo precio. Los más baratos costaban cinco pesetas y se acumulaban en un orden desordenado en el primer escaparate. En el siguiente podías obtener cualquier pieza por diez pesetas. Lo que ocupaba el tercero, quince. Y así hasta al menos veinticinco pesetas que yo recuerde. Tal vez ese era el tope establecido por mi abuela que insistía con su hermana para que el recorrido de mi vista no pasase del segundo de los escaparates. Desde la visión acertada de mi abuela no había motivo alguno para comprar ningún cachivache más. Una visita a Gijón no constituía acontecimiento extraordinario que justificase la compra de un juguete. Para eso estaban los cumpleaños y los Reyes.


La visita en esta ocasión tenía como objetivo pasar una jornada de asueto mientras aprovechábamos para ver a Bareto que todavía entonces trabajaba en una empresa de Sondeos , visitar a la Tata y dedicar el resto del día a evadirnos con todo lo que la ciudad nos ofrecía.


Habíamos salido muy temprano del pueblo en el autocar de Monestina que una hora después nos permitía apearnos en la Plaza del Carmen. Muy cerca de dónde se ubicaba el Bar Nevada. Así que a eso de las nueve ya entrábamos mi abuela y yo en el establecimiento en el que aún estaba Felipe, uno de los hijos del dueño, dando los últimos retoques en la barra o terminando de echar el serrín que absorbería los restos del escanciado de la sidra sobre el suelo a lo largo del día. Era un chico entrañable como el resto de la familia. Nos recibía con una sonrisa abierta y franca y enseguida llamaba a su madre, Carmina, notificándole nuestra llegada. Mi abuela charlaba animadamente un rato con ella mientras yo me entretenía con la hija menor, Pili, que tenía mi misma edad. Nos deteníamos el tiempo justo para avisar de que ese día, a la hora de la comida, Bareto disfrutaría de nuestra compañía y nosotras de la suya. Y después del aviso de aumento de comensales y las frases que acostumbran a intercambiar los adultos cuando hace algún tiempo que no se ven, nos íbamos camino de casa de la Tata.


Ésta nos recibía con la desbordante alegría que normalmente la caracterizaba, y sin perder un minuto de tiempo, prestas a la calle. Mi abuela me había llevado el traje de baño. Así que podría darme un remojón entre las olas (es un decir, porque ya se encargaba ella de que no pasase más allá de dónde el agua me llegaba a las rodillas). Después hacíamos un largo recorrido por la misma calle que lindaba con la arena de la playa, viendo, oliendo el mar y percibiendo su brisa en la cara hasta el Parque de Isabel la Católica. ¡Qué parque! No le faltaba de nada. Hasta columpios había aunque sólo pudiera balancearme lo justo para evitar el mareo que mi abuela se empeñaba en decir que producía el balanceo.


Y vuelta a las calles del centro, por las que, después de satisfacer el hambre en compañía de Bareto y habernos intercambiado achuchones y besos al despedirnos en el Nevada, era un placer pasear. Pasar cerca de una cafetería y percibir el olor a café que salía del lugar. El olor a pasteles ya estimulaba mis glándulas salivares bastante antes de llegar a la Confitería de San Miguel. Y en esta ocasión podría disfrutar de la bomba rellena de crema, sin tener que pasar antes por el suplicio de la visita al pediatra José Fermín, que vivía justo encima y al que mi abuela me traía para hacer revisiones periódicas: que si las anginas, que si no comía bien, que no había forma de hacerme desayunar y que lo ingerido se quedara dentro, que si era muy nerviosa…Afortunadamente hoy no toca. Y el placer de la bomba de crema era disfrutado en toda su extensión.A veces íbamos Casa Rato. A mi abuela le encantaban los "esponjaos" con chocolate.


No acabábamos la jornada sin dar un garbeo por Saldos Arias, dónde mi abuela solía encontrar algún retal que aprovecharía hábilmente para confeccionar cualquier cosa: un delantal para ella, un mandilón para salvaguardar mi ropa de posibles manchas…y hasta un mantel con sus servilletas a juego y todo, cuyos bordes remataba con una tira hecha a ganchillo.( El ganchillo era otra de las formas de ocupar el tiempo mi abuela.)


Si nos acompañaba Bareto porque su trabajo se lo permitiese, acudíamos a un kiosco ubicado en el portal de una vivienda de la calle Covadonga para “canjear” alguna novela de las de Marcial Lafuente Estefanía. Posiblemente el cambio tendría alguna carga económica aunque ligera. No lo recuerdo. Esa posibilidad de cambiar unos libros usados por otros no la había en el pueblo. Allí, para leer libros gratis, acudíamos a la Biblioteca de la que todos en casa éramos socios.


Y la hora de la vuelta a casa se acercaba. Íbamos caminando hacia la Plaza del Carmen y si pasábamos cerca de la plaza del Sur, mi abuela se acercaba por ver si las pescaderas, que vendían su mercancía transportándola en un carrito y voceando por la calle, estaban dónde solían hacerlo a esa hora de la tarde. Como las loteras de la Plaza del Sol en Madrid, las pescaderas ambulantes de Gijón se instalaban al atardecer en la parte trasera de la plaza para tratar de vender el pescado que aún les quedaba. ¡Esto sí que lo temía yo! Porque si mi abuela encontraba alguna oferta interesante que le pudiera resolver la cena de ese día, no escatimaba en la compra que la pescadera de turno le envolvía en varios papeles de periódico para evitar el calado de la humedad del pescado. Pero lo que no evitaba el improvisado envoltorio era el olor. Mi abuela llevaba consigo una bolsa que tenía la posibilidad de ser reducida y transportada en el bolso para ocasiones como ésta. La sacaba del bolso e introducía en ella la aromática compra.


Y rápidas hacia el autocar. Que se hacía tarde. Una vez ya dentro y acomodadas en nuestros asientos, a mí se me venía encima la tortura de la vuelta a casa por aquella tortuosa carretera y soportando el, a mi olfato al menos, insoportable olor a pescado. Menos mal que , gracias al mordisco de pastilla de Valontán contra el mareo que mi abuela me proporcionaba bajo prescripción médica, acababa el recorrido medio adormecida. Un día demasiado intenso para olvidarlo. ¡Y eso que hoy no habíamos utilizado el tranvía!...

Karen Dinesen



P.D. La foto ha sido extraída de:
FOTOS ANTIGUAS
usuarios.arsystel.com

9 comentarios:

belijerez dijo...

Qué editorial publicará tus "memorias"?

Jejejej, besitos.

belijerez dijo...

Pastillitas.........desde pequeñita, ufffffff. Para la guerrila no necesitastes pastillitas? ibas ya puesta.

miner dijo...

Hoy si que me prestó. Recuerdo esos lugares de mi ciudad. Les pescaderes de la plaza del sur. Y también cuando iban por la ciudad al grito de "Ay sardinines de ahora vivesssss". Y lo de miel de Alcarriel. Y el afilador y paragüero.
Cuando me quedaba en la cama (malin) sentía todos esas voces y también el guirigay que se formaba con las niñas de San Vicente de Paula cuando salían al recreo, era como una bandada de gorriones, y de golpe, el silencio.
Menudo viaje desde la Villa a Gijón era casi como ir al fin del mundo.

Gracies

Karen Dinesen dijo...

¡Menos mal que estais ahí! ¡Beli y Miner!
Ya pensaba yo que el pelotón había huído en masa después del recibimiento.
El olor a pescado de la compra de mi abuela...me decía yo.Que los espantó. No me extrañaría nada.jeje
Sólo vuestra ausencia me habría puesto en guardia.
Los demás son un encanto, pero andan más ocupados...
(¡¡La verdad que pienso que son unos malditos traidores!!.Pero que no se enteren)
GRACIAS soletes. Un par de abrazos.

Miner, el afilador todavía pasa por el pueblo ahora de vez en cuando.¡Qué te parece!

miner dijo...

Que no te comenten, no quiere decir que no te lean.
Yo siempre te leo con agrado.
Un saludín

Karen Dinesen dijo...

Ya lo sé, Miner!! Era una bromuca.
Un abrazu pa Mary. Que a ti ya te lu mandé.

mary dijo...

" FELIZ CUMPLEAÑOS DE BLOG "
estoy por estos mundos no creas lo que pasa es que no tengo tiempu ando liada con otros asuntos mundanos jejeje....pero ya sabes que me encanta como cuentas les coses, parez que lo estoy viviendo de nuevo....sigue sigue....

Karen Dinesen dijo...

¡Jolín,Mary! no pretendía comprometerte. No es necesario que comentes. Sé que lees y te presta.O que no te presta! Da igual. No tienes que entrar a comentar ¿vale? Prohibido entrar en una temporada. Sé que estáis por ahí. Y es suficiente. De verdad.

Anónimo dijo...

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