sábado, 27 de marzo de 2010

CON FLORES A PORFÍA...


La primavera fue siempre para mí un signo de esperanza. Sólo unos meses para acabar los grises días en el colegio y que la luz los inundase por completo con la llegada del verano.


Yo no sé si a todo el mundo le pasa lo mismo que a mí. Aunque procuro sacarle el jugo al instante, éste es más jugoso si la expectativa de futuro es un horizonte con olor a azahar de extensos campos de naranjas. Pues a mis primaveras infantiles les pasaba eso. Iban quedando atrás el frío, los nublados cielos que restaban luminosidad al día, los arboles a los que la ausencia de hojas les restaba ánimo y divertimento…


Los pláganos que flanqueaban la calle en la que se encontraba el Colegio empezaban a verdear. También asomaban las hojas en los inmensos negrillos de la carretera que recorría a diario hasta casa, deteniéndome un ratito en la carpintería del hijo de Manolo el guardia. Era un muchacho joven y divertido que siempre tenía alguna palabra agradable para cualquiera que hasta allí se acercase. Eso me permitía pararme un tiempo en aquel lugar abierto a la calle, en el que no recuerdo puertas, y dejaba que penetrase en mi pituitaria el olor intenso a serrín que cubría el suelo por completo mientras él seguía dándole al serrucho o al cepillo.


Continuaba mi camino hacia casa deshaciendo los racimos de jaculatorias que formaban parte de alguna promesa de aquéllas que hacíamos los primeros viernes de mes o con motivo del mes de Mayo.


Era éste un mes de una intensa actividad mariana. Recuerdo una iniciativa de la hermana Esperanza, mi tutora del curso previo al comienzo del Bachillerato: Ingreso. Así se denominaba al curso. Curso de ingreso. Pues a lo que iba. Detrás de su mesa, en un lugar elevado para poder ser visto desde cualquier ángulo de la clase, en la pared, sobre una peana había una imagen de la virgen bajo el aspecto de María Inmaculada. La Hermana Esperanza nos pidió a cada una de las alumnas una fotografía, tamaño carné con la intención de colocarlas en torno a la imagen. Pero no de forma arbitraria o dispuestas cuidadosamente con el único fin de ornamentar…La idea de la Hermana consistía en ir colocando las fotos en semicírculo a uno y otro lado de la imagen, situándolas más próximas o alejadas de la misma en función de los méritos que hiciéramos a lo largo del día. Aquello podía convertirse en un juego de oca o parchís. Foto adelante, foto hacia atrás en la revisión diaria de nuestro comportamiento en el que se incluía el éxito o fracaso obtenido igualmente en el trabajo. Que te sabías la lección del día, no tenías faltas en el dictado, hacías bien las cuentas y no habías hecho jugarreta alguna mientras tu boca permanecía cerrada y se abría únicamente para responder sumisamente a las preguntas de la Hermana…cuatro puestos hacia arriba. Que ninguna de estas cosas, la foto no se movía de los puestos inferiores. Yo entonces era dócil y responsable. Mi foto alcanzó un digno lugar justo al ladito de la imagen.


En el patio, en un rincón de la zona ajardinada que cuidaba con esmero la Hermana Victoria, había otra imagen de la Virgen. El 13 de Mayo, si el tiempo lo permitía, después de rezar el rosario realizábamos una procesión cuyo itinerario nos hacía pasar una a una por delante de la imagen e íbamos avanzando, cantando el “Venid y vamos todos con flores a María” mientras depositábamos flores o nos deteníamos a recitar alguna poesía ensayada una y otra vez para declamarla con la solemnidad que el momento exigía. Además de los rituales que las monjas planificaban con el fin de convertir el mes de las flores en el mes de la Virgen, las jaculatorias, compromisos, promesas y reflexiones aumentaban significativamente en número e intensidad respecto al resto de los meses que constituían el curso, en el que no faltaban los “primeros viernes”, la cuaresma y los ejercicios espirituales, además de lo cotidianamente establecido como ordinario: la misa al comienzo de la jornada y el rosario al final de la misma.


Mi abuela contribuía a que todo fuera según dictaban las normas, cortando algunas de las dalias y gladiolos que habían florecido en el patio de la casa de mis padres para poder hacerme un hermoso ramillete y completar las ofrendas…


Pero todo esto quedaba enmarcado en la proximidad del final del curso. La expectativa traía aroma a azahar y yo le exprimía el jugo al instante mientras departía con el carpintero de camino a casa y me dejaba impregnar por el olor del serrín…

Karen Dinesen
Imagen:www.mundofotos.net

5 comentarios:

Alipio dijo...

Precioso y primaveral relato. Ahora nos enteramos de que llega la primavera gracias a El Corte Ingles.....

Saludos

miner dijo...

La hermana Esperanza movía los hilos de la esperanza.
El recuerdo de la primavera, aparte de lo que tu reflejas muy bien en la entrada, yo lo asocio al chirrido, siseo o como se diga de las golondrinas.
Y por supuesto a la mar y su olor.
Es que yo soy "playu"

belijerez dijo...

No acabo de entender por qué cuentas mi vida. O..quizás vivimos vidas paralelas???

jajajaj...Asi salimos tan "rebelás". Aguantamos demasiado tiempo sin rechistar y ahora pagamos las consecuencias.

belijerez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Karen Dinesen dijo...

Gracies Alipio. Préstame que vengas aunque no te hagas ver mucho.
Un abrazu


Miner,no tuve sitiu pa los pajarinos en esta entrada. Pero son sus trinos, ciertamente, el mejor anunciu de la primavera.
Otru abrazu



Beli,yo "rebelá" "rebelá", ya empezaba a intuírme entonces. La "verdad revelada" de la iglesia confrontaba con la "verdad rebelada" de mi familia. Y claro, una familia en rebelión pesa lo suyo...
Pero las flores a porfía me da que las llevamos toda una generación.
Un abrazo.