lunes, 28 de marzo de 2011

D. RAFAEL


Era D. Rafael un sacerdote, párroco de una parroquia del municipio, que compatibilizaba sus deberes parroquiales con las clases de Geografía que impartía en los respectivos colegios privados de niñas y niños que había en el pueblo.

Tenía un andar lento y cansino, fruto creo yo de las trabas que su tamaño le ponían a la agilidad. Alto y de corpachón gigantesco, nos miraba a través de sus gafas con unos ojos desganados y pequeños. O a mí me parecían de menor tamaño en el contexto de aquel rostro que enmarcaba una enorme cabeza cuadrada pegada al cuerpo. Y me refiero a la forma de la testa aunque el cura mostrase abundantes síntomas de cabezonería. No le recuerdo el cuello. Supongo que no carecería de tal. Puede que quedase engullido entre sus hombros alzados y el mentón que, a pesar de su altanería, la pereza le impedía elevar ni siquiera cuando se enojaba. Ésta era la que ocupaba el primer lugar en el ranking de las características que definían su personalidad. La segunda era la paciencia. No sé si esta virtud era tal, o era una constatación de la lentitud generalizada que formaba parte de su esencia. Porque al caminar le supongo yo la dificultad que encerraría desplazar su voluminosa figura. Pero es que tampoco parecía que la prisa acompañase a su discurso. Tenía muy claro qué quería decir. Tal vez la indolencia con el verbo formaba parte de sus objetivos para hacer llegar el mensaje con claridad…tal vez.

El caso es que a aquel buen hombre el tiempo no se le ajustaba a las necesidades. Iba demasiado veloz para su cadencia. Así que no era extraño verle dormitar durante la clase con un codo apoyado sobre la mesa y la mano sujetando la mejilla, mientras, supuestamente, la alumna de turno retahilaba los ríos de Europa. Posiblemente el tiempo transcurrido entre el acostarse y el despertar le quedase escaso para las múltiples ocupaciones diarias.

Realmente nosotras no veíamos incompatibilidad entre el sueñecito que se echaba y el hecho de impartir clase. Él lanzaba la pregunta y…¡qué Dios reparta suerte! A ver quién era la afortunada elegida para recitar lo que hubiera que recitar mientras se adormecía.

Aprovechaba, D. Rafael, su tiempo de clase para otros menesteres. No era extraño verle sacar de su inseparable maletín la maquinilla afeitadora. Eso sí. Impecablemente enfundada. Mientras daba un repaso por los distintos lugares de la Geografía que constituirían la materia para ese día, extraía la máquina de la funda, buscaba el enclave del enchufe y…¡manos a la obra!. Ya teníamos al cura hablándonos de las grandes mesetas del planeta mientras él, en su mesita, que no “mesota” como correspondería a su tamaño, procedía a eliminar los incipientes pelillos de la barba que habían anidado en su cara desde el día anterior…

Y entre afeitado, charla ralentizada y siesta mañanera discurría la clase de Geografía.

La mesilla sobre la que se apoyaba era muy simple. De madera, forma rectangular, un simple cajón y cuatro patas, una de las cuales hacía tiempo que estaba desencolada, lo que permitía quitarla y volver a ponerla con un simple gesto. Era sólo cuestión de encajarla en el hueco correspondiente o desencajarla…según la intención…Así que no fue difícil que a una de nuestras compañeras, la más divertida y, por ende, la más castigada, se le ocurriera gastarle una broma a D. Rafael. Dado que la pata que flojeaba era la que soportaba la mayor parte de su peso cuando apoyaba el codo para echar el sueñecito, nuestra querida y temida compañera, con una sonrisa y un brillo en sus ojos, proporcional al desasosiego que yo sentía por la que se avecinaba, se levanta sigilosamente de su asiento cuando al sacerdote se le cierran los párpados, retira la pata de la mesa y vuelve con la rapidez del rayo a su sitio mientras el cura se lleva un susto de muerte al ver como parte de su cuerpo se venía abajo sin saber muy bien qué era lo que había pasado.

El resto es fácil de imaginar. Indignación sublime del profesor , llamada a la Hermana María Jesús y todo el grupo castigado. Porque, lógicamente, la pata a la mesa se la quitó Fuenteovejuna. Era un buen tipo, D. Rafael. Sólo existía una falta de sincronización entre su tiempo y su actividad.

K.D.


P.D. Imagen extraída de Internet: articulo.mercadolibre.com.ar

4 comentarios:

Luis Simón Albalá Álvarez dijo...

!!!!!!!!!

miner dijo...

Que el tiempo no se ajusta a tus necesidades, ajusta éstas al tiempo. Qué el tiempo es oro, pues Atraco a las tres.
Un saludín

Alipio dijo...

Quizás D. Rafael barruntaba, en sueños, la relatividad del tiempo.

Saludos.

belijerez dijo...

Asi aprendiste tu tanto, jamia.
Geografía, estética, relajación...qué más quiere. Además con la asignatura trasversal de "educación en valores"...¿religiosos-catolicos?

Besitos, amiga.