sábado, 26 de marzo de 2011

¡EL NOVENO!! UFF!!!


Algunos no tenemos arreglo...Y es que nos configuramos así desde pequeñitos. Más bien, creo yo, por propio empeño que por voluntad ajena. Porque si bien es cierto que el medio del nacionalcatolicismo era tenaz y pertinaz en sus objetivos, no es menos cierto que los brochazos y proyectiles, con los que nos embadurnaban y taladraban a diestro y siniestro, no tenían el mismo efecto sobre todo el mundo, oigan. Que yo tuve compañeras de curso, díscolas dónde las hubiera, a las que ponían a compartir pupitre con mi menda, que no sabía yo dónde meter la cara para esconder la vergüenza sentida en esos momentos, con la finalidad de que "se contagiasen" de mi actitud ejemplar. Como se lo cuento. Y yo ganándome enemigas sin poder hacer nada por evitarlo.

Pues bien. En este contexto, un buen día, domingo para más señas, acudimos a la misa para escolares que se celebraba a las diez en la Iglesia Parroquial. Creo haberos dicho ya que la concentración previa de alumnas de las Carmelitas de Vedruna, a cuyo discipulado pertenecía la que suscribe, se llevaba a cabo en el recinto del colegio.

Allí, la Hermana Benita aparecía en el vestíbulo de la entrada con un montón de velos blancos a repartir. Cada una de nosotras cogía el velo correspondiente que llevaba cosida una discreta cinta blanca de retorta para permitirnos acoplarlo a la cabeza y atarlo a la altura de la nuca. Llegaban los velos a la altura del culo. Más bien éste quedaba también cubierto por tan inmaculada y sacralizada prenda. Guantes blancos enfundaban nuestras manos. Nos colocaban en fila de a dos, cogidas de la mano para evitar romper la estética del alineamiento y enfilábamos la calle del Agua hasta avistar la subida hasta la Iglesia pasando por la Plaza de santa Clara cerca del Convento de las Clarisas. Y del Manquín. Que esto nada tiene que ver con los asuntos religiosos aunque no esté para mí exento de cierta ritualidad. El Manquín era un bar merendero en el que recalábamos los domingos Bareto, mi abuela y yo para tomar el último culín de sidra, vermú o Boy de naranja antes de retirarnos a dar cuenta del cocido de garbanzos que no esperaba en casa.

Después de este inciso, continúo con el relato camino de misa.Iniciábamos la subida a la cuesta y, ya dentro del templo, con el fin de participar en la misa dominical, nos acomodábamos en los bancos destinados a tal efecto.

Ya había yo hecho la primera comunión unos meses antes. Y aún estaba en la fervorosa etapa de confesar y comulgar semanalmente, haciendo recuento de mis pecados,veniales todos ellos hasta la fecha, para dar cumplida cuenta al confesor de turno. Ese día estaba recién lavada el alma y, por lo tanto, en condiciones de recibir la comunión. Pero al diablo que una llevaba dentro (había quien se negaba a abrirle la puerta y se libraba) por exceso de hospitalidad, se le ocurrió gastarme una broma pesada.

Estaba cerca la Navidad y, por esas fechas, los responsables del ornamento de la iglesia solían colocar una imagen del niño Jesús en pañales, en el altar, justo encima del dorado y sagrado recinto dónde se guardaban las hostias. Sagradas formas si prefieren...Y pasó lo inevitable, teniendo en cuenta mi escrupolosa conciencia. Adjetivo que supone una bomba aplicado a mi pueril pensamiento y a la ignorancia de toda la información inconsciente que una tenía en su cabeza. resulta que los pañales estaban dispuestos de tal forma que, a mis ojos, adquirían la forma de un sostén. Vamos, de un sujetador de "tetas"...Y aquí empezó todo. Mi pensamiento encarriló los diez mandamientos y llegó hasta el peligroso noveno: "No consentirás PENSAMIENTOS ni deseos impuros". Os aseguro que mis deseos estaban impregnados de voluntad de pureza. Sólo ansiaba yo que se fuera de mi mente el pensamiento...pero no podía hacerlo. Por más que lo intentaba yo sólo veía en los pañales, un sostén...Y eso probablemente era muy, pero que muy impuro. ¡Cómo pensar en "tetas" y además envolviendo el sexual paño el culito del niño Jesús!....

La misa aún no había comenzado y mi vista no se apartaba del altar en el ánimo de ver algo distinto. Pero nada. El sostén seguía allí. Y el desasosiego interno iba en aumento. Así que busqué un confesionario y experimenté un alivio al comprobar que aún había dentro de uno un sacerdote dispuesto a darme la absolución. Y hacia allí me dirigí, no sin antes pedir permiso a la monja de turno que nos acompañaba.

Con celeridad expuse, ante la rejilla del confesor, mi pecaminosa conducta. Ni se rió, ni nada de nada, queridos míos. No me llamó ingenua ni me hizo aclaración alguna sobre la falta de importancia del ofuscamiento mental. Me dio la absolución. ¡¡Uff!! Menos mal!! Los pañales siguieron pareciéndome un sujetador de tetas. Pero, una vez confesado el pensamiento, responsabilicé al sacristán de haberle hecho al Niño un pan con unas hostias. Todo un desacierto ornamental.


K.D.

P.D. Imagen extraída de Internet: josepcapsir.blogspot.com

3 comentarios:

belijerez dijo...

No me extraña que tengas para contar tantas historias, querida amiga.
Esta tiene su divertimento, aunque ahora la imaginación de alguna pequeña sería impresionante, con tanto "libertinaje" incluido el cibernético....te puedes hacer una idea.
Lo que tengo claro es que mientras tengamos a tanta gente viviendo del pensamiento eclesial no seremos un estado laico nunca jamás.

besitos, amiga.

Logan y Lory dijo...

Jajajaja.. bendita inocencia, que diría mi madre. Lo que puede hacer el lavado de coco via sanctum sanctorum, capaz de aniquilar el libre pensamiento.

Cada vez me siento más agusto con mi elegido ateismo.

Un abrazo.

miner dijo...

Los pañales son un sostén de m... pero sostén. Así que quedas absuelta.