viernes, 16 de septiembre de 2011

MI MADRE Y SUS DESPISTES...


En una de sus innumerables caídas, a mi madre se le salió el hombro derecho del sitio. Tiene el umbral del dolor muy alto. O eso pensamos mi hermana y yo cuando no se queja de lo que supuestamente tiene que provocarle un fuerte dolor. Sin embargo, ella dice que no lo percibe porque es muy despistada y no cae en la cuenta. Esta reacción de mi madre hace que la vea con una ternura que no tuve oportunidad de desarrollar hacia ella en mis años jóvenes y adolescentes. Seguramente también contribuyen a que yo lo vea así, los años que yo llevo encima. Hace tiempo una respuesta así, que vista desde fuera hasta puede producir hilaridad, a mí me habría sacado de mis casillas.

El asunto es que, en este caso, no sólo ella se despistó. Lo hicimos todos, incluidos los médicos que le prestaron atención aquella noche en urgencias. Lo cierto es que había recibido múltiples golpes ostensiblemente más visibles y ella se quejaba, débilmente la verdad, de un fuerte impacto en el pómulo derecho cuyos efectos le desfiguraban la cara. Mientras espera a que la atienda el traumatólogo de turno, permanece sentada en una silla de ruedas con unos trozos de hielo envueltos en un paño que presiona sobre el el rostro en la parte afectada, por indicación médica. En este estado la encuentro cuando me notifican que, mientras espera ser atendida, puede permanecer acompañada.

Hablamos de lo divino y lo humano… de la fortuna que tiene en sus caídas…de lo bien que le cicatrizan los puntos cada vez que se abre el cráneo…de cómo se libraron los implantes que le habían colocado cuando la operaron de cataratas y dos días después cruzó la sala de casa en diagonal, precipitadamente y de puntillas, cuál bailarina de ballet a quién le hubiera picado una avispa, para estamparse en el sillón del salón en el ángulo oscuro…el médico que la operó nos había insistido en que guardase reposo además de ponerse gafas con cristales oscuros para proteger la vista de la luz…Yo no podía creer que todo siguiera en su sitio tras la caída. Y una vez comprobado que no había herida alguna, me pone cara de póker cuando le pregunto si sigue viendo bien…¿Qué motivo había para que tuviera alterada la visión?...Esa es mi madre. Ella dice despistada. Pues será. No voy a contradecirla. Estaría yo en situación ventajosa. Que a estas alturas de la vida tiene ya muy amortiguado el genio…La verdad es que, mientras esperábamos, el pómulo se iba hinchando a la vez que se le amorataba la cara y decía tener un leve dolor en el costado. Del hombro, nada dijo.

Pasado un tiempo, cuando ya la piel del rostro había recuperado el color y el pómulo volvió a su sitio, comenzó a notar una molestia en el hombro que fue en aumento mientras ella se negaba a acudir al médico porque no le impedía llevar una vida normal y los analgésicos le resolvían el problema. Fue en una visita de revisión rutinaria a la consulta de traumatología para comprobar el estado de las prótesis de las caderas, cuando le sugerí que comentase con la doctora el “problemilla” del hombro. Con una amabilidad de agradecer, Carmen, que así se llama la profesional que la atiende en estos entuertos, la envió a hacer una radiografía. Cuando la doctora comprobó el estado del hombro se quedó impactada y le anticipó la necesidad de operarla. Mi madre, con la desmotivación que la caracteriza cuando un hecho le rompe la rutina que la arropa, le sugiere a Carmen que en lo que concierne a intervenciones quirúrgicas, debería tomar la decisión de no operar a nadie que supere los ochenta. Al menos si a la “víctima” no le genera problemas que le limite en su cotidianidad. Y, a fin de cuentas, ella sólo tiene que adquirir cierta destreza con la izquierda para peinarse y colgar la ropa…y ya hace tiempo que viene entrenando…

Se fue con una cita para una resonancia magnética. Vista la dificultad de la operación, la traumatóloga abandonó la idea y mi madre se fue como unas pascuas a su casa después de recibir unas infiltraciones que le pusieron el hombro a vivir.

Tardé en percatarme. Pero mi madre es un crack. Despistada…pero crack.

K.D.

5 comentarios:

Luis Simón Albalá Álvarez dijo...

Tennos informados de la evolución más que nada por si sirve de precedente para otros casos.

belijerez dijo...

De tal palo, tal astilla. Tu madre demuestra mucha sabiduría. Incluso no necesitaba la resonancia, pero estos del "sistema" se ajustan a protocolos. Ella, tu madre conoce su cuerpo, lo aceta y sabe vivir con él. Aprender cómo se adapta a las cirscunstancias y pasa por la vida disfrutando de ella es la mejor lección que nos da.

Respecto a ti, me alegro enormemente que puedas tener estas experiencias, al final de nuestros días lo mejor es "disfrutarnos". Tienes serte amiga.
Besitos.

belijerez dijo...

suerte, quería escribir.

miner dijo...

...debería tomar la decisión de no operar a nadie que supere los ochenta.

Eso le digo yo a mi mama: "No más operaciones de estética Mamuchi que luego llega Fonso y se enamora de Ti".
Pero ella dice que como siga por ese camino me deja sin casa...de Alba.
Cayetano Martínez de Irujo ( El jinete)

K.D. dijo...

Luis Simón, te informo: El dolor volvió a su sitio. Mi madre recurre a sus socorridos analgésicos...
Un abrazo

Beli, tu ánimo no necesita de la suerte. Resuelve siempre.
Y tienes razón en lo de mi madre. Tengo que mucho que aprender de ella.
Un abrazo.

Y de ti, Miner, también tengo que aprender. Lo que pasa que no sé si esto del humor se adquiere o viene en el ADN...
Un abrazo