lunes, 27 de enero de 2014

TARDE DE PERROS




Hace frío. Los últimos datos recogidos en la estación meteorológica de la autoridad portuaria, antes de salir del trabajo, registraban que la temperatura del aire era de 7 grados. La lluvia no da tregua. El cielo, encapotado. Y sin embargo, disfruto del paseo a casa mientras sujeto el paraguas con mi mano derecha lo más cerca posible del entramado de las varillas para evitar que el aire me desbarate el artilugio.
Es curioso cómo influyen las condiciones atmosféricas en el placer o displacer de la percepción de las mismas por los sentidos.

El pasado sábado por la mañana me acerqué hasta una librería, situada bastante alejada del lugar en el que vivo, con la intención de recoger un libro que había encargado hace un par de semanas.El pasado lunes me dejaron un mensaje en el buzón notificándome que el encargo ya estaba aquí. Así que, después de intentar buscar tiempo libre durante la semana y quedar la voluntad en el intento, no podía dejar pasar el sábado sin formalizar la recogida.Me encaminé armada de ropa impermeable y paraguas hasta La Manzorga. La temperatura era alta. Hice el recorrido sin poder evitar que el agua se filtrase hasta la entraña. Sentía frío a pesar de los 13 grados que marcaban los termómetros urbanos. El agua se dispersaba como si estuviera contenida a presión y obedeciese a las órdenes de un vaporizador, de tal modo que no se ajustaba su trayectoria a la fuerza de la gravedad sino que se cruzaba en todas las direcciones en forma de puntos fríos y húmedos impactantes en el rostro como alfileres.No soplaba viento fuerte, así que el paraguas permanecía en posición vertical y perpendicular a mi cabeza, lo que no impidió que acabase la fina lluvia empapando rostro y guantes, únicos elementos no impermeabilizados en el blindaje del que me había provisto.Envuelta por esa masa informe de un gris sucio que parece extenderse  por toda la atmósfera cubriendo el espacio visible hasta el suelo, agrisando la atmósfera, difuminando los contornos y limitando la visión en la lejanía, realicé el recorrido de ida y vuelta  apurando el paso y procurando no detenerme para evitar ser absorbida por la bruma.Al llegar a casa miré por la ventana y no había ni cielo, ni suelo. La ausencia de planos en el paisaje aplana también el ánimo. La humedad relativa del aire llegaba hasta el 91%.

Esta tarde es completamente distinta. Tarde de perros, decían mis compañeros en el trabajo.Pero  el cielo es cielo y el suelo, suelo. Hace más frío. Seis grados menos que el pasado sábado.Miras hacia arriba y las ves. Son nubes de un gris oscuro azulado que amenazan lluvia. Una lluvia que cae verticalmente y sientes su impacto en el suelo y en el paraguas. Viene acompañada de ráfagas de viento que impactan en el rostro procurándole frescor.De vez en cuando, una grieta entre los nubarrones permite ver una estría de un cielo azul en el que, con toda seguridad se impone el sol. Son nubes de apariencia densa pero ligeras a la vez. Se dejan mecer por el viento y se desplazan sin embadurnar el paisaje que permanece limpio y nítido en la lejanía, perfectamente perfilado.Paseo sin que la humedad me penetre, disfrutando del recorrido. Los sentidos, siempre dispuestos a recibir, perciben cada uno de los estímulos que esta "tarde de perros", fría y lluviosa, les transmiten.Cada cosa está en su lugar en el paisaje. Esta vez no es plano.Y la humedad relativa del aire está en el 70%. Las apariencias pueden engañar... Es cosa de escuchar lo que los sentidos nos traducen.

K.D. 

3 comentarios:

miner dijo...

Todo ye relativo, como la humedad.

Alipio. dijo...

Ya llegará el verano....


Saludos.

belijerez dijo...

Si, eso es, cosa de sentir.


Besitos.