miércoles, 17 de septiembre de 2014

UN PAR DE SOLES....

Mikel lleva sus tres añitos con unos cuatro palmos sobre el suelo. El mandilón, a cuadros azules y blancos, deja ver la piel bronceada que asoma entre los bajos y sus recién estrenados playeros con los cordones anudados varias veces para evitar que los cabos barran la arena sobre la que pisa.Sus manos se desplazan desde los bolsillos al rostro para limpiarse las lágrimas que, de vez en cuando, manan a chorro de sus ojos. Y, sin mirarme, no se despega de mí acompañándome como mi sombra por el foso de arena del patio infantil cuando me desplazo , agarrándome de la mano que le extiendo.
Me agacho para alcanzar la altura de su carita e intentar entablar conversación pero ésta solo tiene un hilo que sale de su boca :"quiero ir a casa".
Y es que el colegio aún no es lo que en un futuro, si nos lo ganamos, puede ser su segundo albergue. Una vez más la emprendo para lograr una comunicación que le facilite el hecho de dejar de verme exclusivamente como agarradera que evite su caída en el abismo que se abre a su alrededor, cuando aparece veloz un niño de unos ocho o nueve años que se abalanza sobre él,  le absorbe el llanto con un racimo de besos y le envuelve en un abrazo mientras le repite "no llores Mikel, estoy aquí y después voy a volver a verte". Mikel se agarra a su cuello y el llanto remite mientras le devuelve los besos sin freno. Es entonces cuando puedo ver el rostro de su hermano con los ojos enrojecidos y tratando de contener el lloro sin poder evitar que unos lagrimones le surquen las mejillas. Mi atención se centra en estos momentos en Aitor ya que su hermanito no precisa de la mía. Entre suspiros y lágrimas me explica que le vio llorar desde la ventana de su clase y solicitó permiso a su  profesor para bajar a verle.Mis palabras, que intentan ser de alivio, se dirigen ahora a Aitor. Él es el que necesita deshacer la angustia que le produjo ver a su hermano Mikel desamparado por mucho que mi mano, mis caricias y mis chistes trataran de trasladarle calorcito al peque.
Después de dejarles quererse hasta que ambos alcanzaron cierta estabilidad, le prometí a Aitor que Mikel estaría  bien. Que me encargaría de hacer que continuase viéndole aunque  tuviera que irse, Y que le esperábamos a la hora del recreo. Se pasó el dorso de la mano por las mejillas para eliminar todo rastro de lágrima y se fue tan velozmente como llegó, extirpando en su carrera los restos de agobio.
Le extendí la mano a Mikel y, por primera vez, me la cogió mirándome a la cara y mostrando un rostro tranquilo y esperanzador. 
 K.D. 

(Imagen extraída de Internet)

4 comentarios:

Luis Simón Albalá Álvarez dijo...

Precioso

Karen Dinesen dijo...

Fue el mejor momento del día, Luis. A pesar de la angustia concentrada allí. Se disipó ante el inmenso amor sin contaminar que estos niños fueron capaces de sentir y transmitir.

Alipio dijo...

Muy tierno.

Saludos.

Karen Dinesen dijo...

Alipio, si es que rebosan ternura. (A veces...)
Un abrazo