sábado, 14 de marzo de 2015

ANDANZAS INFANTILES

La llegada de mi hermano al núcleo familiar formado por mi abuela, Bareto, mi tío Joaquín y yo misma  hizo que, a partir de ese momento, el objetivo fundamental del colectivo se centrara en hacerle la vida lo más agradable a Luis, que no era un extraño para nosotros pero sí lo éramos nosotros para él aunque intentase el niño llevarlo con una estoicidad y una madurez impropia de los seis añitos que tenía...

La casa era pequeña y todos los reducidos huecos (a excepción de la espaciosa cocina) estaban ocupados. Así que, para hacerle sitio en la noche, mi abuela compró una cama plegable que, durante el día, quedaba encajada en el trozo de pared  de la cocina que separaba las puertas de dos  habitaciones. Bareto preparó una tabla rectangular de la que colgaba por tres de sus lados una tela de alegres motivos que mi abuela compuso con la ayuda de la Singer a modo de faldón. Semejante artilugio se colocaba sobre la cama plegada y hacía las veces de un mueble inútil en apariencia sobre el que lucía un jarrón, una cesta o cualquier otro objeto que venía de perlas como excusa para darle un motivo decorativo a la cama camuflada.

Y así se acomodó mi hermano Luis, durmiendo en la cocina pero sin sentirse aislado en aquella casa familiar y entrañable en que habíamos logrado convertir con quintales de cariño los , aproximadamente, 50 metros cuadrados de vivienda social con la que nos había gratificado el franquismo por nuestra condición de clase obrera que hábilmente mantenía su condición de "desafectos" al amparo del "¡Chissssssst, más bajo...!"

El día en casa transcurría en la cocina en torno a la mesa con un hule de cuadros que ocupaba la zona central del recinto. La mesa era multifuncional: ayudaba a mi abuela en la preparación de la comida durante la mañana para dar paso a la comida,propiamente dicha, a medio día. Después de comer servía para los estudios de mi tío Joaquín; y más tarde podría ser útil para planchar, colocar los envases de papel para las magdalenas o estirar la pasta para las galletas con ayuda de una botella de cristal enharinada que mi abuela utilizaba a modo de rodillo. Tras estos quehaceres, una vez limpio el hule, mientras mi abuela preparaba la cena la mesa quedaba a nuestra disposición para hacer los deberes.

Algunas tardes, Luis y yo jugábamos a hacer construcciones con aquellas piezas de madera cuyas distintas formas y colores favorecían hacer y deshacer a nuestro antojo todo tipo de artefactos. Recuerdo una vez que, tras llevar adelante la construcción de un convento con claustro incluido, colocamos una figurita de barro, en el centro del patio interior,que representaba a Fray Escoba...El fraile era negro. Y eso lo hacía familiar a mi hermano que , en un tiempo récord, pasó de hacer su vida en el patio de un aserradero en compañía de "peques" y adolescentes guineanos, siendo el único niño blanco en varios kilómetros a la redonda,a compartir tiempo, espacio y juegos con montones de chiquillos de su edad, mayores y menores que le llevaban varias vueltas de ventaja en picardía y experiencia callejera en un barrio obrero de principios de los sesenta del pasado siglo. En su insconsciente crueldad infantil lo utilizaban como diana de sus dardos. Pero allí estaba yo, vigilante, que al menor indicio de burla o abuso sacaba el Capitán Trueno que llevaba dentro y no había atajo de bandidos que no saliera en desbandada.
Muchas veces pienso que, en su timidez y desconocimiento, fue un campeón logrando salir de aquella con éxito.
K.D.