En mi pueblo hay un equipo de fútbol. Actualmente figura entre los de la Tercera División. Pero durante mi infancia y bien entrada en la juventud, no pasó nunca de la categoría de Primera Regional.
Mi tío figura entre los alrededor de 500 socios con los que cuenta el club. Y su carné debe de tener pocos años menos que él. El equipo del pueblo es la única pasión que se permite en el ámbito futbolístico. Le satisface que un equipo español obtenga títulos europeos. Cuando el Real Madrid ganó la quinta copa de Europa se alegraba del hecho y no dejaba de repetir :”¡El Madrid, pentacampeón!”. No sé si lo que pretendía era expresar satisfacción por identificación con el Real o utilizar el término “pentacampeón”. Porque a continuación nos interrogaba acerca del significado del mismo.
Disfrutó de aquel partido como de otros que ve con gusto y el justo entusiasmo, pero sin asomo de apasionamiento. Sin embargo, toda la pasión que les niega a los grandes equipos se la dedica por entero a su equipo de toda la vida. Va a verlo los domingos que juega “en casa”, y, aunque nunca le acompaña en los desplazamientos, no se acuesta sin conocer el resultado del partido.
Hoy día el campo dispone de gradas en un lateral y en ellas se acomoda para disfrutar del juego. Pero hace años no sólo carecía de asientos sino que el vallado publicitario que cierra actualmente el rectángulo del juego tampoco existía. Esto es una modernidad fruto probablemente de su ascenso en la categoría.
Recuerdo el campo cuando el cierre estaba formado por postes de madera sobre los que se apoyaban perpendicularmente y en paralelo al suelo otros listones de madera sobre los que, a su vez, podías apoyar tus manos mientras veías el desarrollo del juego. Se pasaba perfectamente por debajo de los palos. Y aquello le fue muy útil a mi tío en una ocasión, que paso a relatar:
El partido se desarrollaba sin incidentes significativos hasta que un jugador del equipo contrario empezó a hacer ejercicios de calentamiento detrás de la portería del equipo de casa. Mi tío, que la máxima exaltación que se permite en el campo es la de gritar “¡adelante, siempre adelante!”, comenzó a inquietarse. Si en alguna jugada uno de los jugadores echa el balón hacia atrás, le recuerda que la portería en la que debe intentar meter el balón es la que tiene delante…. Su estrategia de juego es muy simple. “Hacia adelante, siempre hacia adelante”. Pero entre ánimo y ánimo no le quitaba el ojo a lo que ocurría tras la portería mientras el público abroncaba y él, dirigiéndose al árbitro, simplemente le gritaba: “¡Sr. Colegiado, Sr. Colegiado…!”, en la esperanza de que le escuchase. El árbitro, sordo y el juego continúa.
Ante la indiferencia arbitral, mi tío, ni corto ni perezoso, con tranquilidad, sin excitarse pero tampoco sin arrugarse, como si fuera lo más normal del mundo, pasó por debajo de los palos del cierre y accedió al campo, caminando sin prisas en la dirección en la que se encontraba el Sr. Colegiado. Éste al percatarse de la presencia extraña en el césped, detuvo el juego. Objetivo conseguido, pensaría mi tío. Se acercó hasta el árbitro y le indicó lo que estaba ocurriendo tras la portería del portero de “su equipo del alma”, procediendo “el de negro” a hacer cumplir la legalidad y, posteriormente, invitar a mi tío a volver a su lugar fuera del campo. Cosa que, por supuesto, hizo disciplinadamente y sin estridencia alguna. Afortunadamente yo no estaba allí. Me lo contaron como anécdota graciosa. Probablemente me habría violentado el hecho de haberlo vivido aunque me reí cuando me lo relataron.
Así, también es mi tío.
(Karen Dinesen)