sábado, 19 de enero de 2013

ANDRÉS, EL RUSO...

Siento si alguien piensa que se trata de un nuevo descubrimiento de corruptela o espionaje. Nada que ver aunque el título pueda dar lugar a confusión.

Andrés Ros González, cuyo abuelo había desempeñado a lo largo de su vida una labor de orientación en la niebla y la oscuridad ya que fue farero en Ibiza, era el hermano menor de Bareto.
Para quienes no conozcan a Bareto, solo haré una breve reseña con el objeto de continuar el relato. Bareto ejerció también de singular farero aunque su trabajo se repartió entre los sondeos y la mina. Fue una de las luminarias que señalaron mi camino en la infancia ya que estaba casado con mi abuela, matrimoniada ella en segundas nupcias.

Eran varios hermanos y viéndose encallados en la orfandad cuando apenas el mayor había alcanzado la adolescencia, fueron acogidos por el resto de la familia, encajándose cada uno de ellos en casa de alguna de sus tías.Bareto, con la tía Eloína. No sé quién amadrinó o apadrinó a Andrés.Pero siendo el más pequeño cuando estalló la Guerra Civil en el 36 del siglo pasado, fue embarcado rumbo a Rusia formando parte  del batallón de "los niños de la guerra".

En Rusia pasó su infancia, adolescencia y juventud. Estudió ingeniería, se casó con una preciosa eslava y tuvieron un niño. Cartas y fotografías nos llegaban a casa de mi abuela vía Francia. El origen del correo estaba inicialmente en el país traspirinaico. Sin embargo, al abrir aquel sobre dirigido a  Lorenzo Ros, alias Bareto, aparecía otro sobre con el mismo destinatario, matasellado en la antigua Unión Soviética y remitido por su hermano Andrés.

Andrés nos hizo una visita clandestina en el año 1956 volviendo después con su familia. Todo iba sobre ruedas hasta que dos años más tarde vino para quedarse...No sabíamos hasta cuando ni por qué no llegó acompañado de su familia. Él nada explicó y mi abuelo postizo jamás le perdonó el supuesto abandono en el que, según Bareto creía, había dejado a su mujer y su hijo, acomodándose  él en aquélla nuestra España franquista desempeñando su trabajo en una de las empresas eléctricas de entonces.Semejante desagradecimiento con la madre patria adoptiva que le había dado cuanto tenía, no era justificable desde ningún punto de vista desde la concepción de Bareto.

Poco tiempo después, Andrés fue detenido junto con otros militantes clandestinos del PC. Estuvo bajo rejas durante un tiempo en el que recibía las visitas de mi abuela ya que Bareto se negó rotundamente a ello. La cuñada eslava, el sobrino ruso-español y la deslealtad de su hermano eran la excusa de su indignación.Su tozudez era la auténtica causa.

De Andrés "el ruso" me queda el recuerdo de su afabilidad, su templanza, la serenidad que su rostro expresaba y el reloj que le regaló a mi abuela. Tenía la esfera negra y los números se veían en la oscuridad. La pulsera gozaba de elasticidad y estaba blindado frente al agua.Cuando en una ocasión se le escapó a mi abuela del brazo mientras trajinaba con los geranios en la ventana y recorrió cuatro plantas hasta el suelo no sufrió daño alguno. "Es que es ruso", decía mi abuela.Y lo decía con convicción.Doy fe.

K.D.

Nota.- La imagen fue extraída de Internet

sábado, 5 de enero de 2013

LOS CORTINONES DE MI ABUELA...




Recuerdo aquellos cortinones. De una tela aterciopelada y color granate cubrían por completo la pared que albergaba la ventana en cada habitación. A  mí me resultaban estrepitosos aunque no produjesen ruido alguno. Crujían a mis oídos. Bien es cierto que tamaña tela, que más bien tenía el aspecto de un telón de teatro, contribuía a mantener el calor de la casa en los húmedos y fríos días de invierno. La casa se alimentaba con el calor de la cocina de carbón, y aunque era pequeña, no estábamos libres del filtro de la humedad a través de aquellas pequeñas ventanas resguardadas del exterior por unas contraventanas de madera y los visillos que mi abuela había confeccionado hábilmente con los retales que se compraba en los saldos. Los cortinones seguramente impedían la fuga del calorcillo. Pero estaban totalmente fuera de lugar. Es probable que mi abuela hubiera visto alguna imagen en una revista de moda que la llevase a imitar el diseño. En una casa de apenas sesenta metros cuadrados, en los que la cocina era la estancia  de “estar” ante la ausencia de una sala a tal efecto, ya que la clase obrera no necesitaba de tales, y unas habitaciones en las que la cama, el armario y la mesilla de noche quedaban encajados como si se tratase de piezas de un puzle,  los cortinones que mi abuela había diseñado y confeccionado con orgullo no hacían más que dificultar el paso por el escaso espacio que quedaba entre la pared y la cama. Seguramente, a pesar de lo pesado que resultaba echarlas por la noche o quizás por ello, cumplirían su función de abrigo.

Además de esta función que es para la que estaban destinados, el azar quiso que los cortinones de mi abuela  resolvieran dignamente el objetivo perseguido por un grupo de jóvenes entre los que se encontraba mi tío Joaquín.

Hacía muchos años que en el pueblo no se celebraba la tradicional Cabalgata de los Reyes Magos. La precariedad y depresión en el ánimo que caracterizaron la postguerra no parecían proclives a semejante derroche de ilusión. Y como el guion de “después de la guerra”, que es la postguerra, no tiene fecha fija para darle un  fin como a las películas, va diluyéndose ese espacio temporal en las inercias hasta el punto de que  un día se cae en la cuenta de que ya se está en las postrimerías de tal y cabe darle un giro a la tendencia decadente en que se han sumido a las alegrías. En estas estaba aquel grupo de jóvenes cuando mi tío, ante la proximidad de la Navidad y sabiéndose corresponsable de una sobrina de pocos años, lanza la idea de preparar una cabalgata de Reyes. Sólo necesitaban de tres caballos ya que sobraban voluntarios para cabalgarlos. Dada la escasez de recursos, era necesario buscar cómo vestir elegantemente a sus majestades, los Magos, echando mano del arcón familiar donde lo hubiera y de la imaginación de la que andaban sobrados. Así que, ni corto ni perezoso, mi tío resolvió el tema de las majestuosas capas necesarias para el evento. A falta de arcón, en casa había cortinones  aterciopelados y de color rojo vino que venían que ni pintados para la ocasión. La colaboración de mi abuela para desprenderse temporalmente de ellos y su habilidad para descoser, coser y transformar, con la inestimable ayuda de la  Singer, hicieron el resto.

Aquel año, desde una ventana de la segunda planta de la casa de mis padres, mi imaginación pudo disfrutar de la presencia de los Reyes Magos en el pueblo, cabalgando majestuosamente sobre tres camellos. Porque mi tío dice que eran caballos. Pero yo os aseguro que vi camellos. 

Karen Dinesen