lunes, 28 de diciembre de 2009

PARADOJAS DEL SISTEMA ...¿o será un chiste?


“¡Cómo puede ser que te caiga bien un Banco?”


La frase no es mía aunque pueda parecerlo. Seguramente se le ocurrió a algún genial publicista y la puso en boca de la mujer a la que acabo de oír, que no ver, en un anuncio en T.V.


¿Se preguntan qué es lo que trataba de publicitar de forma encomiable tan sorprendida señora o señorita?...Han acertado. Se trata de reconocer el valor, la utilidad y la simpatía que despierta, paradójicamente a juzgar por la expresión, una Entidad Bancaria. Sí señor. A esto los “prosistema” lo llaman capacidad de autocrítica. Yo simplemente lo llamo tomadura de pelo del propio sistema. Falta de respeto a la inteligencia de unos usando la inteligencia de otros. Pero probablemente la inmensa mayoría lo encontrarán divertido. Los más porque no se enteran. Los menos porque su intelecto les sugiere acertadamente que ante la impotencia lo más sano es echarle sentido del humor. Y esto parece acertado ¡Así que a ello! ”Si no puedes contra tu enemigo, únete a él”.


Pero esto ¿no refuerza el sistema que critico?... Uff!! ¡Qué días llevo!...
Necesito una zambomba y darle al villancico…


Karen Dinesen

domingo, 27 de diciembre de 2009

TU SUEÑO, POR UN DÍA, HECHO REALIDAD


¿Cuál sueño...? ¡¡ Pues cual va a ser!!..¡¡ Ser millonario!! ¿¿Es que hay otro??

Que sí. Que hace apenas una hora lo escuché en el informativo de TVE. Que no debe producirnos inquietud alguna el hecho de no ser millonarios. ¡Toma ya! ¡Mira que tiene sustancia la enunciativa, eh? Ser millonario. Aspiración legítima hasta ahora. Y a partir de ya, objetivo normal para el común de los mortales. Como ser bombero, cura o veterinario. Que esto además rima. Y si me apuras, prioritario (que también rima) en el marco del conjunto de las aspiraciones…


Pero como en la Tele hay profesionales que saben de contabilidad y esas cosas, ya se han dado cuenta de que todos, todos, todos…pues que no. Que no hay saldo para tanto. Y entonces se sienten en la obligación de restarnos el desasosiego que esta frustración puede provocarnos y nos ponen al corriente de cómo alcanzar la cima transitoriamente:” Puede usted ser millonario por un día”. Segunda enunciativa sin desperdicio. Y nos echan un cable para poder hacer la escalada informándonos sobre los negocios que, a día de hoy, pueden colaborar a lograr hacer cumbre.


Los amantes del automóvil pueden disfrutar toda una noche del sueño de su vida: conducir un lamborghini. Y hay más, oigan: que nos ofrecen ropa exclusiva de diseñadores exclusivos, de esa que desfila en las pasarelas, por un módico precio. Dispone usted de 140 euros y puede sentirse y lucir en Nochevieja como Nicole Kidman o Jennifer López. Ejemplos que no me invento yo. Que se lo escuché decir a una mujer joven enfundada en uno de estos exóticos vestidos. Y ni se sonrojaba ni sonreía. Lo decía con toda la seriedad y el rigor que parece que exige la situación. Aunque a mí me parezca un chiste, un disparate o una inocentada.


Pero es que yo ya estoy para compartir psiquiátrico con Susanna Maiolo… Que la mujer tan sólo aspiraba a tocar la túnica del Pontífice Benedicto, en el ánimo de materializar el deseo común a los miles de asistentes a la Misa de Gallo en el Vaticano. Pero le costó su empeño la reclusión en un psiquiátrico, dado que se le apreciaron “problemas psíquicos” y “pensamiento inestable”...Al resto de los asistentes a la Misa no se les advirtió signo alguno. Yo creo que ella sólo quería estar lo más cerca posible de su guía espiritual. Pero materializar los deseos tiene su coste...Podrían instaurarse negocios que facilitasen el acercamiento al Papa por un módico precio y de forma organizada. "Entre en contacto por un instante".


Jesús les pedía a sus discípulos que dejaran a los niños acercarse. Susanna, a juzgar por los hechos, disfruta de la inocencia, la candidez y la impulsividad de una adolescente. Pero seguramente no cayó en la cuenta de que Jesús entró en Jerusalén a lomos de una burra en busca del martirio. Benedicto huye del mismo a bordo de un blindado. Uff! Hoy no tengo el día para reflexiones. Estoy totalmente fuera de juego.


Espero y deseo que tengáis mejor ánimo que la que suscribe. Felices sueños
Karen Dinesen

sábado, 26 de diciembre de 2009

NIEVA...




Es su belleza fría y seductora.
Cae con ella el telón, y el escenario
se esfuma en un instante extraordinario.
Cegado el aire por los copos, llora.

Su llanto blanco tiñe y decolora.
Torna el azul del cielo en gris palmario.
También es gris el aire, y el rosario
de ocres en la vereda ya no aflora.

Sólo un velo, que apenas luz difunde,
deja ver lo inmediato en el camino.
Una piedra que asoma…Un pie se hunde…

Y puñados de nieve que en racimo
cubren las hojas con las que se funden
sobre el enramado. Trama de armiño.


Karen Dinesen

miércoles, 23 de diciembre de 2009

NOCHEBUENA DE MI INFANCIA


En la calle, ni luces ni guirnaldas.
Ni cantos ni abetos engalanados.
Ni del balcón los Santa Claus colgados.
Un belén con musgo y papel de plata.

Ni copiosas comidas. Un asado
de pollo, un turrón, unas cocadas...
piñones y almendras garrapiñadas.
Y de entrante una sopa de pescado.

No faltaba la sidra achampanada.
Burbujas de ilusión y alegres risas.
Villancicos, relatos, carcajadas…

con todos los vecinos compartidas.
Horas risueñas en las madrugadas.
Navidades felices y sin prisas.


Karen Dinesen


P. D. No había Tele y la abundancia material no era la tónica… ¡Esa era la suerte!Paradojas de la vida!
Que disfrutéis de unas fiestas en esencia...Para los creyentes rememorando la natividad de Jesús.Para los no creyentes renovando o recuperando la esperanza en el nacimiento de un nuevo año.Que casi viene a ser lo mismo...



lunes, 21 de diciembre de 2009

SOLSTICIO DE INVIERNO

Invierno…
Querido por unos, temido por otros…
Has hecho una entrada triunfal. Yo estoy entre los privilegiados que pueden permitirse el lujo de darte la bienvenida. Tu presencia me permite gozar del recogimiento… del calor del hogar… de contemplar tu imponente presencia a través de los cristales de la ventana…de hundir mis botas en la nieve que anuncia tu llegada en un día soleado abrigada hasta los dientes…Por eso puedo darme el gusto de hacerte un hueco…Pero prométeme a cambio que no me congelarás el alma…no sé en qué parte de mi entraña fija su residencia y la ignorancia de su escondite me impide ponerle el abrigo.
Karen Dinesen

sábado, 19 de diciembre de 2009

EL VERANO VA TOCANDO A SU FIN


Sentada en la acera, a la luz de la farola, contemplaba el revoloteo de las polillas y la cantidad de mosquitos que se concentraban en torno a la misma y cuyo halo permitía hacerlos visibles en la oscuridad de aquella noche de verano mientras mis amigos de calle jugaban al bote.


Se fue mi pensamiento unos días atrás cuando mi abuela y yo acudimos a ver un espectáculo nocturno de comedias al aire libre. Era entonces frecuente que durante el periodo veraniego llegasen al pueblo carromatos de comediantes que ofrecían su magia, sus bailes, sus chistes y canciones , llegada la noche, en la Plaza de Carlos I situada en el centro de la villa. Como no había asientos era necesario llevar las sillas de casa. Mi abuela tenía una pequeña silla, para ocasiones como ésta, de patas cortas, amplio asiento y alto respaldo que le había hecho mi padre. Fue también mi padre quien le hizo el reclinatorio que tenía en la Iglesia, forrado en terciopelo verde por la parte destinada a apoyar las rodillas, y con las iniciales de su nombre, formadas con chinchetas doradas, en la parte superior dónde se supone se apoyaban las manos con los dedos entrecruzados, con rosario o sin él, en actitud orante. Pues bien. El reclinatorio tenía el sitio acotado siempre en el mismo lugar y en el mismo espacio: la iglesia de la Oliva. Pero la silla de cortas patas y elevado respaldo tenía una función multiuso: para sentarse con Wences bajo el nogal a hacer ganchillo, por ejemplo. Escuchar el Sermón del Encuentro en Semana Santa. O, como es el caso, permitirle ver relajadamente lo que los comediantes de turno quisieran ofrecernos, mientras yo me sentaba a su lado en el suelo o en su regazo a ratos.

La última y reciente noche habíamos podido contemplar las múltiples y maravillosas evoluciones de una pareja de tanguistas. Yo me había quedado encandilada con sus bailes y la música que los acompañaba, reconociendo en ella algunas de las canciones que Bareto entonaba mientras se afeitaba.


¡Bote! Este grito emitido por Jesús me sacó entonces de mi ensimismamiento y poco después mi abuela se asomaba a la ventana para recordarme que era ya la hora de la retirada.


Agosto se agostaba y el inicio de Setiembre estaba a la vuelta de la esquina. Y, aunque el Colegio no comenzaba entonces hasta Octubre, los días más cortos, la luz menos cálida , las mañanas más frescas y la proximidad de las fiestas del pueblo que daban el cierre al verano hacían de este último mes estival un periodo en el que la melancolía comenzaba a hacer su presencia, acentuada por mi tendencia a anticipar y hacer presente el futuro, en este caso no muy excitante, como era la vuelta al Colegio. Con esta idea subía la escalera intentando darle un giro a la última idea anclada en la mente. Pensaba en el cuento que me esperaba en la cama e iba diluyéndose el gris.

Aún quedaban las fiestas, que en mi pueblo daban el cierre a la temporada de verano. Los caballitos, los churros de la churrería ambulante de Gloria, las almendras garrapiñadas…hasta podría caer algún juguete de feria. Recuerdo una pelota, pequeña, de plástico, segmentada y pintada a dos colores que llevaba enganchada una goma elástica de unos cincuenta o sesenta centímetros. La elasticidad de la goma a la que estaba sujeta y la ligereza de la propia pelota, permitía lanzarla sin que se escapase, anudada la goma en el dedo medio de mi mano derecha, y volviendo a la mano para repetir la operación lanzándola de nuevo. Era una adquisición a la que mi abuela habría transigido después de dejarse convencer por Bareto.


Además, durante los días que duraban las fiestas, salíamos a tomar el vermú acomodados en alguna de las terrazas de los bares de la plaza del Ayuntamiento mientras escuchábamos a la Banda Municipal interpretar su repertorio festivo. Yo apuraba mi refresco con una pajita y entretanto mi abuela y mi abuelo se tomaban un vermú de verdad. Con aceituna y todo. Bueno, a mi abuela uno entero debía parecerle demasiado y ella pedía medio. Medio vermú de color. Porque ahora el vermú es rojo o blanco. Pero entonces era blanco o “de color”. En el colegio tampoco le llamábamos rojo al rojo. Decíamos colorado. Y Caperucita era Caperucita Encarnada. Que mira tú si lo de encarnada no suena más a Encarna o a carne que a rojo. Pero lo cierto es que yo del rojo sólo oía hablar en casa. De hecho nosotros éramos todos “rojos”. Eso decía mi abuela. Y a mi abuelo le habían fusilado por rojo. Pero en ese momento el rojo parecía haber desaparecido de la faz de la tierra. Y por eso el vermú era “de color”.


Y cada tarde tenía su aliciente. Recuerdo de forma especial la carrera de ciclistas que tenía lugar el martes. Era un circuito cerrado el que realizaban los ciclistas y se clasificaban por eliminatoria. Es decir. El último que pasase por la línea de meta en cada una de las vueltas iba siendo eliminado. De forma que cada vez quedaban menos y la última vuelta se la disputaban sólo dos. Uno de ellos sería el vencedor. Era francamente emocionante. Además en mi caso tenía un aliciente añadido. La meta estaba situada justo delante de la oficina de Telégrafos en la que mi tío desempeñaba su trabajo a diario. Así que teníamos el privilegio de poder ver todo el desarrollo de la vuelta desde uno de aquellos balcones de piedra arenisca con barrotes torneados que traían a mi abuela a malvivir. Cada vez que yo acompañaba a mi tío en ocasiones como ésta, o alguna mañana de verano en la que compartía tiempo y espacio con él mientras yo leía o escribía y él hacía lo mismo esperando oír sonar el teletipo, oía la misma recomendación una y otra vez de boca de mi abuela. Temía que yo metiese la cabeza entre los barrotes. No nos dabatregua a mi tío y a mí con la misma cantinela que nos martilleaba en los oídos. Sufría pensando en los barrotes preciosamente torneados de aquellos amplios balcones. Yo no necesitaba que me dijeran las cosas dos veces. Con una bastaba para realizar la orden a pies juntillas. Pero eso no me impedía seguir con emoción la carrera de los martes de fiesta. El miércoles era el último día. Y con él llegaban las carrozas. No perdía ocasión mi abuela de hacerme lucir en una de ellas. Siempre se las arreglaba para ello de modo y manera que pudiera obtener una foto para enviar a mis padres. Por la parte de atrás de la fotografía, ella escribía lo orgullosa que yo me sentía en mi papel, cuando en realidad el orgullo era el que ella proyectaba en mi personilla que seguía fielmente las indicaciones de quien era la abuela más maravillosa del mundo.


Después de las fiestas, el pueblo quedaba abatido, desolado. Parecía que hubiese pasado el caballo de Atila. Daba una imagen de lugar sin gentes…de viviendas vacías…Por las mañanas había más movimiento en las calles. Pero en la tarde el pueblo parecía abandonado. El signo más claro del verano, la presencia del carro de los helados estacionado en una esquina de la plaza del Ayuntamiento después del recorrido diario callejero, había desaparecido. No volvería hasta el próximo verano.


Octubre, el otoño, el comienzo de las clases y la melancolía me esperaban a la vuelta de la esquina…

Karen Dinesen

Foto extraída de:www.andaluciaimagen.com/fotos-atracciones-de-feria



miércoles, 16 de diciembre de 2009

LA SOLEDAD


Se instala, y una vez más, sin aviso.
Su astucia me sorprende despistada.
La noto cuando el alma siento helada.
Y preciso calor… Y está remiso…

Derriba mis linderos a patadas
si vislumbra que puede. Sin permiso.
Indolente el ánimo, gris, sumiso,
parece darle opciones a la nada.

Debo armarme de rabia. Y así armada
hacer frente a tan sutil enemigo.
Si me intuye feliz y afortunada,

cuando percibe que sin guardia abrigo,
un zarpazo me da envalentonada.
Pues no sospecha que yo estoy conmigo...


Karen Dinesen

martes, 15 de diciembre de 2009

NO SON FORMAS, LA VERDAD...


Pues no. Porque Il Cavaliere se merece mucho más que una simple réplica de la Catedral de Milán. El Duomo al natural y al completo sería lo justo.

Porque un hombre que fue propuesto para Nobel de la Paz, después de arreglar el tinglado que Rusia tenía con Georgia, que tiene como íntimo amigo a Putin, que mira que es majo…se merece un reconocimiento a lo grande. Tanto como lo es su imperio mediático por lo menos. Que durante sus años de gobierno no sólo era dueño de lo suyo, suyo…que también lo fue de lo de los italianos. Y bien que lo administró. Lo que pasa que la envidia, ya lo decía mi abuela, es el mayor de los males. Y claro, pues ahora dicen que si lo del Nobel era para hacerle un lavado de cara porque se trae a las italianas de calle. ¡Pues qué culpa tiene de ser un hombre con esa capacidad de seducción! ¡Qué tendrá que ver que posea la mayor empresa publicitaria de Italia! ¡Cómo si esto, las televisiones y la prensa tuvieran algún poder…¡ Ya, ya! Que para librarse de la persecución tuvo que legislar y todo. ¡Menos mal que pudo hacerse una ley a su medida para blindarse, oiga! Que tenía procesos judiciales abiertos contra su persona!! ¡¡Cómo lo oyen!! Y es que, permítanme que insista, la envidia es la madre de todos los males.

Berlusconi procede de una digna familia, cuyo padre trabajó lo indecible asumiendo responsabilidades cada vez mayores en la Banca en la que trabajaba. Que decían que si tenía vínculos con la mafia siciliana…Bah! Habladurías…que a los italianos les encanta el cotilleo. Y el mismo Silvio…lo que tendría que sufrir en el trabajo para poder hacer de la suya, la primera fortuna de Italia. Se dice rápido, sí. ¡Pero hay que darle duro!

¿Y el amor por el pueblo?... ¿Qué me dicen? …Que hasta puso su nombre en su partido junto al valor más preciado por Don Berlusconi: “Pueblo de la Libertad”. ¿No es precioso?...Y algunos dicen que la libertad que persigue es la suya y que por eso lo del blindaje; que si tiene un montón de causas abiertas y que está imputado por corrupción. ¡Vamos hombre, seamos serios! ¿De dónde va a sacar el tiempo un hombre con tantas ocupaciones, deberes, responsabilidades…para acudir a un juicio?...Pues no tendrá cosas mejores que hacer un primer ministro, digo yo. Que no se lo merece este trabajador incansable que se hizo a sí mismo. Y la Corte Constitucional va y le invalida el blindaje diciendo que todos los italianos son iguales ante la Ley. ¡Lo que le faltaba al hombre! Pues estos de la Constitucional ya tardaron un poquito en darse cuenta, no? Nada. Que le quieren empalar. Toda una persecución en toda regla a un ser honrado que lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Que bien asumidos que tiene Don Silvio los valores de la Revolución Francesa. Él sólo pretendía adaptarlos “a la italiana”. ¿Dónde está el pecado, señor?

Y para remate el intento de mísero homenaje de este muchacho que además le ha roto dos dientes y le ha afectado a la nariz. Una pequeña faena porque Il Cavaliere ya se había hecho unos retoques recientemente. Pero se recuperará. No obstante, insisto. Si alguien quisiera darle el homenaje que se merece. ¡Qué menos que la Catedral de Milán a tamaño real sobre su cabeza! A modo de corona…

Leve peso comparado con el que le viene encima. ¡¡Pobre!! ¡¡Qué pena me da!!

Karen Dinesen

viernes, 11 de diciembre de 2009

GUERRAS JUSTAS


Obama, en su recogida del Nobel, ha defendido las “guerras justas”. Y nos quedamos tan frescos. Una de dos: o yo estoy definitivamente fuera de onda y tengo que empezar a reciclarme (cosa probable) o lo que acaba de decir el Sr. Obama me parece una solemne estupidez. Acostumbrados como estamos a oír las mayores tonterías como verdades absolutas, asumimos la premisa e incluso la defendemos y difundimos.


Cabe la excepción de que el reciente nobel de la Paz esté defendiendo, y no lo haya hecho explícito, la insurrección masiva de los desposeídos de este mundo, seguida de un acto de rapiña en el que a mordiscos se vayan haciendo con parte de las cotas de bienestar de las que disfrutamos algunos en el llamado mundo desarrollado. Esto podría tal vez equilibrar la balanza de la justicia. Yo creo que el problema está en la banda que ciega sus ojos. Los de la Justicia, digo. Si los abriese y comprobase lo que en su nombre se está haciendo nos lanzaría los platillos a la cabeza y nos pondría a vivir a cadenazo limpio.


Porque ¿Qué es una guerra justa?...Yo entiendo que pueda explicarse desde la falta de justicia, e incluso justificarse , una respuesta agresiva por parte de un colectivo que no dispone de otra forma de defenderse de la pretendida inmaculada agresión que les aplasta y les asfixia.

Pero ¿es una guerra justa la que emprendió USA en Irak con el objetivo hipócrita de liberar al pueblo de la tiranía de Sadam?...¿Es justa la guerra que se auspicia en Afganistán aunque la misión de Occidente en ella se vista de Ángeles Custodios?...¿Son justas las múltiples guerras soterradas, inaudibles e invisibles a nuestro conocimiento, que se disputan los poderes repartiéndose a cara o cruz los derechos de quienes viven en la miseria?...¿Qué parámetros o criterios se utilizan para definir una guerra como justa?...¿Quién tiene en sus manos la capacidad para valorarlo?...¿¿¿La ONU???...¡Menudo chiste que haría Forges!


Si analizamos los efectos de una guerra la injusticia campa a sus anchas. Si defino la guerra por sus consecuencias es injusta por pura evidencia y sentido común.

Si entramos a analizar las causas… ¡ajajá! Aquí está el meollo. ¿Quién empezó primero?....TÚ, se dicen los niños mientras se señalan el uno al otro. Y en el supuesto caso que lleguemos a lograr encontrar ( en un proceso minucioso de investigación y análisis en el que se cruzan cientos de cuestiones a considerar) la causa que inició la confrontación, posiblemente el autor de la primera pedrada tenía motivos suficientes para lanzarla. Estaba harto de ser el último mono, el hazmerreír del padrino y sus secuaces, el vapuleado por su debilidad, la diana de todos los dardos, el saco de entrenamiento del campeón de los pesos pesados. Tenía la mano inmovilizada bajo una bota y en el momento en que pudo liberarla, no perdió oportunidad de lanzar la piedra…


Y el de la bota dirá que no le había visto…

Y mentirá con descaro y astucia…Y otras veces tal vez esté diciendo la verdad…


Porque la prepotencia pisa con frecuencia sin mirar dónde pone el pie.


Karen Dinesen

P.D. Pruebo de otra forma por ver si así funciona

http://www.youtube.com/watch?v=SRPJYtJf-3M

miércoles, 9 de diciembre de 2009

GIJÓN


Hoy, 9 de Diciembre, cumple un año éste, mi blog. Yo creo que él, si no fuese tan discreto, que sólo habla bajo mis indicaciones, le dedicaría la entrada de hoy a la ciudad que me acogió y le vio nacer a él. Así que yo, interpretando sus deseos, voy y lo hago.




¡Mmmmmmmmmmmmmmmmmm, Gijón!! Sus calles olían a café, pasteles y a mar.


Esta ciudad, distante apenas unos treinta kilómetros del pueblo, era visitada con frecuencia por mi abuela, Bareto y yo misma.


Mi tío Joaquín se sumaba únicamente en casos especiales como la llegada de mi madre al Puerto de El Musel cuando venía de “campaña” (así llamaba ella a su estancia en el pueblo durante un mes cada dos años)…También mi tío nos acompañaba a mi abuela y a mí el 1 de Noviembre en la visita al cementerio. Por ver y hablar un poco con el abuelo. Y reafirmarse en sus convicciones políticas en el recuerdo. Tenía una foto de mi abuelo enmarcada entre un cristal por delante y un cartón por detrás sujetos los tres planos por una cinta adhesiva de color morado que cerraba alrededor haciendo la función de marco, colgada de una de las paredes de su habitación. Con un lápiz que tenía la mina de color morado y que afilaba con ayuda de una navaja, había escrito con su letra clara y redonda la siguiente frase en el fondo blanco en el que destacaba la imagen de mi joven abuelo: “más vale morir de pie que vivir de rodillas”. Cuando hablo de mi tío me voy inevitablemente con él. Vuelvo a Gijón. Las más fieles y asiduas visitantes éramos mi abuela y yo.


Allí vivía la hermana menor de mi abuela: Carmen. Aunque nos referíamos a ella como la Tata. Ella y su marido no tenían hijos y concentraban en mí todo el cariño que hubiesen dedicado a sus vástagos si éstos se hubieran hecho sitio en el planeta. No fue el caso. Así que la Tata colmaría todos mis deseos infantiles en materia de cosas inútiles si mi abuela no hubiera estado allí para impedirlo.


No obstante, no había viaje a Gijón que no terminase con una visita a la tienda de “Precios Únicos”. Aquello era el paraíso del juguete. Estaba el establecimiento situado en una esquina , cerca de la Playa, en la zona denominada el Naútico. No recuerdo el número de escaparates. Pero eran varios y a mis ojos enormes. No me alcanzaba la vista para ver todo lo que contenían. Todos los elementos expuestos en cada uno de ellos tenían el mismo precio. Los más baratos costaban cinco pesetas y se acumulaban en un orden desordenado en el primer escaparate. En el siguiente podías obtener cualquier pieza por diez pesetas. Lo que ocupaba el tercero, quince. Y así hasta al menos veinticinco pesetas que yo recuerde. Tal vez ese era el tope establecido por mi abuela que insistía con su hermana para que el recorrido de mi vista no pasase del segundo de los escaparates. Desde la visión acertada de mi abuela no había motivo alguno para comprar ningún cachivache más. Una visita a Gijón no constituía acontecimiento extraordinario que justificase la compra de un juguete. Para eso estaban los cumpleaños y los Reyes.


La visita en esta ocasión tenía como objetivo pasar una jornada de asueto mientras aprovechábamos para ver a Bareto que todavía entonces trabajaba en una empresa de Sondeos , visitar a la Tata y dedicar el resto del día a evadirnos con todo lo que la ciudad nos ofrecía.


Habíamos salido muy temprano del pueblo en el autocar de Monestina que una hora después nos permitía apearnos en la Plaza del Carmen. Muy cerca de dónde se ubicaba el Bar Nevada. Así que a eso de las nueve ya entrábamos mi abuela y yo en el establecimiento en el que aún estaba Felipe, uno de los hijos del dueño, dando los últimos retoques en la barra o terminando de echar el serrín que absorbería los restos del escanciado de la sidra sobre el suelo a lo largo del día. Era un chico entrañable como el resto de la familia. Nos recibía con una sonrisa abierta y franca y enseguida llamaba a su madre, Carmina, notificándole nuestra llegada. Mi abuela charlaba animadamente un rato con ella mientras yo me entretenía con la hija menor, Pili, que tenía mi misma edad. Nos deteníamos el tiempo justo para avisar de que ese día, a la hora de la comida, Bareto disfrutaría de nuestra compañía y nosotras de la suya. Y después del aviso de aumento de comensales y las frases que acostumbran a intercambiar los adultos cuando hace algún tiempo que no se ven, nos íbamos camino de casa de la Tata.


Ésta nos recibía con la desbordante alegría que normalmente la caracterizaba, y sin perder un minuto de tiempo, prestas a la calle. Mi abuela me había llevado el traje de baño. Así que podría darme un remojón entre las olas (es un decir, porque ya se encargaba ella de que no pasase más allá de dónde el agua me llegaba a las rodillas). Después hacíamos un largo recorrido por la misma calle que lindaba con la arena de la playa, viendo, oliendo el mar y percibiendo su brisa en la cara hasta el Parque de Isabel la Católica. ¡Qué parque! No le faltaba de nada. Hasta columpios había aunque sólo pudiera balancearme lo justo para evitar el mareo que mi abuela se empeñaba en decir que producía el balanceo.


Y vuelta a las calles del centro, por las que, después de satisfacer el hambre en compañía de Bareto y habernos intercambiado achuchones y besos al despedirnos en el Nevada, era un placer pasear. Pasar cerca de una cafetería y percibir el olor a café que salía del lugar. El olor a pasteles ya estimulaba mis glándulas salivares bastante antes de llegar a la Confitería de San Miguel. Y en esta ocasión podría disfrutar de la bomba rellena de crema, sin tener que pasar antes por el suplicio de la visita al pediatra José Fermín, que vivía justo encima y al que mi abuela me traía para hacer revisiones periódicas: que si las anginas, que si no comía bien, que no había forma de hacerme desayunar y que lo ingerido se quedara dentro, que si era muy nerviosa…Afortunadamente hoy no toca. Y el placer de la bomba de crema era disfrutado en toda su extensión.A veces íbamos Casa Rato. A mi abuela le encantaban los "esponjaos" con chocolate.


No acabábamos la jornada sin dar un garbeo por Saldos Arias, dónde mi abuela solía encontrar algún retal que aprovecharía hábilmente para confeccionar cualquier cosa: un delantal para ella, un mandilón para salvaguardar mi ropa de posibles manchas…y hasta un mantel con sus servilletas a juego y todo, cuyos bordes remataba con una tira hecha a ganchillo.( El ganchillo era otra de las formas de ocupar el tiempo mi abuela.)


Si nos acompañaba Bareto porque su trabajo se lo permitiese, acudíamos a un kiosco ubicado en el portal de una vivienda de la calle Covadonga para “canjear” alguna novela de las de Marcial Lafuente Estefanía. Posiblemente el cambio tendría alguna carga económica aunque ligera. No lo recuerdo. Esa posibilidad de cambiar unos libros usados por otros no la había en el pueblo. Allí, para leer libros gratis, acudíamos a la Biblioteca de la que todos en casa éramos socios.


Y la hora de la vuelta a casa se acercaba. Íbamos caminando hacia la Plaza del Carmen y si pasábamos cerca de la plaza del Sur, mi abuela se acercaba por ver si las pescaderas, que vendían su mercancía transportándola en un carrito y voceando por la calle, estaban dónde solían hacerlo a esa hora de la tarde. Como las loteras de la Plaza del Sol en Madrid, las pescaderas ambulantes de Gijón se instalaban al atardecer en la parte trasera de la plaza para tratar de vender el pescado que aún les quedaba. ¡Esto sí que lo temía yo! Porque si mi abuela encontraba alguna oferta interesante que le pudiera resolver la cena de ese día, no escatimaba en la compra que la pescadera de turno le envolvía en varios papeles de periódico para evitar el calado de la humedad del pescado. Pero lo que no evitaba el improvisado envoltorio era el olor. Mi abuela llevaba consigo una bolsa que tenía la posibilidad de ser reducida y transportada en el bolso para ocasiones como ésta. La sacaba del bolso e introducía en ella la aromática compra.


Y rápidas hacia el autocar. Que se hacía tarde. Una vez ya dentro y acomodadas en nuestros asientos, a mí se me venía encima la tortura de la vuelta a casa por aquella tortuosa carretera y soportando el, a mi olfato al menos, insoportable olor a pescado. Menos mal que , gracias al mordisco de pastilla de Valontán contra el mareo que mi abuela me proporcionaba bajo prescripción médica, acababa el recorrido medio adormecida. Un día demasiado intenso para olvidarlo. ¡Y eso que hoy no habíamos utilizado el tranvía!...

Karen Dinesen



P.D. La foto ha sido extraída de:
FOTOS ANTIGUAS
usuarios.arsystel.com

martes, 8 de diciembre de 2009

DÍAS DE VERANO II



El juego en la calle era el mejor regalo. No alcanzo a comprender hoy cómo daban para tanto los días. Bien es cierto que el recuerdo me trae los juegos en un mismo ovillo que seguramente íbamos deshaciendo por etapas día a día.

Y así, algunas mañanas las ocupábamos jugando a “las mamás” en el marco de una “casa” hecha con las cajas de madera que nos daba Mari la frutera después de haber cumplido con su cometido de contener las frutas que durante el día vendía en su puesto de la plaza. Y los pétalos de las margaritas silvestres eran muy apreciados para hacer preparados culinarios que acompañábamos del zumo obtenido machacando los frutos del saúco para hacer “la comida” que hábilmente preparaba Pili, Tere o yo misma si nos tocaba ese día representar el papel de la mamá.

Y aún quedaba tiempo para jugar a la “comba” : “Quisiera saber mi vocación: soltera, casada, viuda, monja o enamorada…”. Eran éstas las posibilidades que nos brindaba la época mientras saltábamos la cuerda acoplando el ritmo de los saltos al de la canción. No era la única. Competía con “El cocherito, leré”, “Al pasar la barca me dijo el barquero” o “Madre e hija fueron a misa, se encontraron con el marqués…” Ignoro si las letras de algunas de ellas son causa o efecto de lo que éramos en aquel medio que contribuyó a ser lo que somos. Pero por encima de todo éramos felices.

La rasa era otro de nuestros juegos preferidos. Buscábamos una piedra plana para poder desplazarla bien, con el pie de casilla en casilla. Las mejores eran los trozos que nos regalaba el padre de Raquel que trabajaba en una marmolería. También eran piezas valiosas las cajas de betún. Redondas, de hojalata y ligeras. Una vez vacías las llenábamos de pequeñas piedrecitas para que adquiriesen peso y poder controlar mejor el tiro.

No eran estos juegos exclusivos de niñas. Siempre había algún voluntario dispuesto a compartir con nosotras nuestras aficiones. Y a la inversa. Yo disfruté muchísimo jugando con ellos a las canicas y a las chapas. Me encantaba jugar a las canicas. Al triángulo. Lo dibujábamos en el suelo, ya que la calle estaba sin asfaltar, y colocábamos las canicas en los vértices. Si el número de jugadores era de más de tres, estaba permitido colocarlas en algún punto de los lados del triángulo. Era sencillo reinventar la normativa del juego si las circunstancias lo requerían. Mi abuela me compraba las primeras, para poder competir, en la tienda de Enrique “el Roxu”. Unas eran de barro con una capa de color que iba desapareciendo en la medida que el uso desgastaba la superficie, y otras, de cristal con vetas coloreadas. Éstas tenían más bien una función decorativa, aunque yo a veces las empleaba para el disparo. El control de la fuerza en el mismo y mi buena puntería hacían aumentar deprisa el número de canicas que yo guardaba en una bolsa de tela de cuadros azules y blancos que mi abuela me había confeccionado para poder llevarlas sin que me incomodasen. Los niños con los que competía las llevaban en los bolsillos de los pantalones. Aquellos pantalones cortos que les permitía exhibir las heridas de guerra, dejando al aire los machacones de las rodillas y rozaduras varias, fruto de algunos juegos sobre los que yo tenía prohibición expresa de mi abuela para jugar, dada la brutalidad que ella percibía en los mismos y, en consecuencia, no estaba dispuesta a exponer mis huesos y mis escasas carnes. Pero para las canicas y las chapas no ponía mi abuela reparo alguno.


Y así , como mi abuela era la máxima autoridad familiar a la que debía obedecer, me permitía su bula contravenir los dictámenes que en materia de juegos nos transmitían las monjas. Porque en el Colegio se hablaba de juegos de niños y juegos de niñas. Mi abuela no hacía, afortunadamente, semejante distinción. Sólo ponía los límites en función de los riesgos para mi integridad física. Y las canicas no parecían suponer una amenaza. Así que paseaba con mi bolsa de cuadros por el barrio dispuesta a entrar al juego si se daba la ocasión. Los niños disparaban con bolas de metal que adquirían en los talleres mecánicos. Y, aunque partían con ventaja, yo no me amedrentaba. Con destreza compensaba la posición ventajosa de partida.

También disfruté muchísimo con las chapas. Era un juego muy, muy entretenido. No tenía yo la misma habilidad que los niños para “cargarla”. Era necesario ponerle lastre para hacerla más pesada y poder ejercer sobre ella mayor control al dirigirla en el disparo, empujándola con el dedo medio o el índice después de haberlo presionado con el pulgar haciendo pinza. Rellenarla era todo un rito. Cubríamos el fondo de la chapa con uno de nuestros cromos preferidos. Los futbolistas eran los más solicitados por los chicos. Pero también podías poner un recorte de un tebeo, por ejemplo. Lo mejor, creo yo, era utilizar alguno de los cromos repetidos de la colección del momento. Los había de animales, de plantas, de las películas de Marisol…

Lo complicado para mí era recortar el cristal. Nunca conseguí, como ellos lo hacían, obtener un cristal circular. El mío siempre quedaba en un polígono irregular en el mejor de los casos. Así que tenía que utilizar la masilla para fijarlo en los bordes de la chapa de manera que cubriese también los huecos que, inevitablemente, quedaban. El dibujo del fondo no quedaba muy lucido pero la chapa quedaba con una apariencia aceptable y válida para el juego.

Después a pintar con tiza el recorrido sobre la acera. A veces incorporábamos al mismo, un trozo de la parte de terreno que rodeaba los jardines del pilón, y que estaba cubierta de gravilla. La misma que se nos incrustaba en las rodillas en las múltiples caídas que sufríamos. El tramo del terreno lo marcábamos con la ayuda de un palo. Tenía más aliciente el itinerario, ya que había que hacer saltar la chapa salvando la altura de la acera y procurar que no saliese de los límites del recorrido marcado.

Y así, entre cuerdas, chapas, canicas, el bote, el corro, policías y ladrones, y paseos en bicicleta o competiciones de patines en la carretera general, apenas transitada por vehículos que no fueran nuestras propias bicis, discurrían aquellos largos y felices días de verano. Aderezados con el pan con chocolate, con dulce de membrillo mezclado con queso o simplemente untado el pan con mantequilla cubierta con una capa de azúcar. Bocados que constituían los menús de nuestra merienda.

El carro de los helados, que todos los días nos visitaba, interrumpía nuestros juegos para acudir a comprar un corte de chocolate o uno de aquéllos de vainilla que salían del molde del heladero. Era un carrito de madera pintado de azul con dos sendos recipientes incrustados en la parte superior. Uno de ellos contenía los cortes y los polos. El otro estaba repleto de helado de vainilla que el heladero extraía con ayuda de una especie de pala plana. En un molde rectangular, cuya base retrocedía manualmente hasta un tope, dependiendo del precio, colocaba una galleta de barquillo sobre la que echaba masa de helado con ayuda de la paleta para cerrar la operación colocando otra galleta idéntica sobre el helado depositado en el molde. Hacía volver la base a su posición inicial, y ¡listo! La sola visión hacía que nos relamiésemos antes de hincarle el diente.

Era este un momento para tomarse un descanso y aprovechar para hacer una visita a las abuelas que descansaban sentadas bajo el nogal (Orlando y yo teníamos abuela) o a la casa familiar. La abuela de Orlando no perdía la ocasión para comparar nuestro desarrollo en altura, con una solicitud obligada para que nos colocásemos uno al lado del otro y poder comprobar la evolución que cada uno de nosotros seguía. Después nos marchábamos corriendo mientras ellas quedaban comentando la desazón que ambas sufrían para poder alimentarnos. Para su sufrimiento, no era la gula uno de nuestros pecados…

Karen Dinesen




P.D. Siento no poder poner la referencia de la página web de la que extraje la fotografía. Ayer no tuve la precaución de anotarla y hoy no la encuentro. No recuerdo qué palabras empleé para la búsqueda. Lo estoy intentando pero no aparece. Disculpad.




































lunes, 7 de diciembre de 2009

RESTOS DE OTOÑO



Con restos del otoño el día embrujo.
Con hojas que en el roble permanecen.
Con ramas de rosal que se adormecen
repletas de bayas de escaramujo.

El tilo aún con hojas se estremece
cuando un soplo de viento se introdujo
sin permiso en su atalaya de lujo.
Cruje la madera mientras se mece.

Se queja de la intrusión del intruso
al que mi rostro impávido agradece
tal deleite. Ni me quejo ni crujo.

Se esconde el sol. El nublado aparece.
Y la llovizna suave me condujo
hasta aquí. Dónde la palabra crece.


Karen Dinesen