domingo, 28 de agosto de 2011

CON VISTAS AL OTOÑO...


Ayer, cuando abrí los postigos de la ventana y la luz del sol entró a raudales a la vez que el intenso azul del cielo salpicaba mi rostro, creí que había vuelto. Que la semana de frío matutino, humedad y bajas nieblas que cercenaban el horizonte de nuestra mirada había quedado atrás… y se llevaría consigo toda la ansiedad que me había ocupado a tiempo y espacio completo las grises y húmedas jornadas de lo que yo suponía una ausencia temporal…unas cortas vacaciones de este extraño verano.

Es cierto que no nos regaló con espléndidos cielos. Pero en la montaña el sol nos saludaba cotidianamente en las horas centrales del día , colándose por entre las nubes y dando lugar a grandes claros que permitían gozar de la luminosidad del cielo en el monte hasta bien entrada la tarde. Momento en el que la ventana abierta en la techumbre nubosa volvía a cerrarse dejándonos a solas con el atardecer.

Y así un día y otro, intercalándose con alguno que se sorprendía a sí mismo y nos sorprendía, manteniendo el azul despejado de nubes desde la mañana hasta la anochecida. Agradecimos la frescura del agua que nos proporcionó alguna que otra tormenta, disfrutando del frescor y de la intensidad de los olores del campo cuando la lluvia cesa. Y la vuelta del sol nos obligaba a ponernos a cubierto en el mismo instante en que tratábamos de entrar en contacto con él. Su forma de taladrarnos con el calor a fuego vivo es una forma de mostrar su poderío.

Fui sobrellevando el verano entre lecturas, música, paseos y alguna que otra charla con el vecindario mientras gozaba de las vacaciones que se había tomado la ansiedad que normalmente no se despega de mí como si de mi sombra se tratase. En mi cuerpo no había rastro de ella. Hasta esta última semana… A la vez que los días se enfríaban , se agrisaban y humedecían, mi cuerpo comenzó a experimentar los primeros síntomas de la ansiedad que volvía de vacaciones. Estaba yo en la ingenua creencia que era un ataque por sorpresa aprovechando lo que yo pensaba que sería una ausencia temporal del verano. Por eso ayer, al comprobar que el sol me esperaba al abrir la ventana, esbocé una sonrisa de esperanza poniendo fe en que la ansiedad se largaría por pies por donde había venido. Sin embargo, con el sol entró en la casa el aire fresco que caracteriza los primeros días otoñales. Abrí la puerta y salí a la corralada con la finalidad de percibir los signos del clima en todo el cuerpo. No había duda. El verano se fue a pies juntillas, haciendo mutis por el foro, aprovechando esta agobiante semana de transición. Esta temporada veraniega no estuvo el verano con nosotros del todo. Pero parece que ahora, del todo se fue.

La ansiedad sigue conmigo.

K.D.

miércoles, 17 de agosto de 2011

MI MADRE Y EL VIOLONCHELO


Aletargada bajo la sombra que procura el hórreo mientras escucho una versión para cuerda de las Variaciones Goldberg, fijo mi vista en la luz, alternando la que el sol proyecta en el suelo con la que despide el despejado azul del cielo, y me concentro en las evoluciones con que me deleita la música que emiten el violín , la viola y el violonchelo.

Habla el violín. Replica la viola iniciándose un diálogo ágil, divertido y melodioso. El chelo también interviene, pero su voz no encuentra la forma de introducir sus compases entre la animada conversación que mantienen el violín y la viola. Así que, sin renunciar a sus pronunciamientos, se enroca en un soliloquio que simultanea con el diálogo emprendido por sus compañeros de cuerda de tal forma que consigue acaparar mi atención al tiempo que no pierdo ripio del diálogo entre violín y viola. Un oído a dos y el otro a uno que se ha convertido en imprescindible en esta pieza . Sin la voz incansable del violonchelo como fondo no podría haberse logrado tal armonía.

Esta enajenación momentánea me trajo el recuerdo de mi familia. Mi madre y mi hermana me vienen a la mente. No podría decir cuál de las tres, entre las que estoy incluida, habla más y más deprisa. Cuando nos vemos siempre tenemos muchas cosas que decirnos. Así que apenas recibirnos con un beso, comenzamos a intentar intercambiar acontecimientos y vivencias entremezclándose unas y otras en una madeja que se enreda, hasta que mi hermana y yo centramos la conversación respetándonos la palabra la una a la otra.

Por su parte, mi madre, que también tiene siempre mucho que decir, comienza a hablar simultaneando su monólogo con nuestro diálogo sin lograr introducir su melodía entre los compases que las hermanas alternamos, cediéndonos la palabra el tiempo justo para tomar aire. Pero mi madre continúa incansable con su música de fondo, a la que uno de mis oídos presta atención mientras el otro está pendiente de no perder el hilo del fraternal diálogo que mantenemos mi hermana y yo. El diálogo “a tres” se convierte en una algarabía que no sería lo mismo sin el violonchelo de fondo.Sin su presencia la pieza musical se percibiría incompleta.

Salgo de mi aletargamiento y concluyo que debo darle más cancha a mi madre. Su perseverancia la ha convertido en imprescindible en las variaciones familiares.

K.D.


P.D.(Imagen extraída de Internet)