miércoles, 14 de abril de 2010

VISITA AL CEMENTERIO (1)


1 de Noviembre…Festividad de todos los santos, víspera de difuntos y celebraciones en los cementerios. Tocaba llevar flores frescas para renovar las ya decaídas de la última visita.


Mi abuela, mi tío y yo acudíamos ese día al Cementerio de Gijón. Por aquellas fechas se estaban construyendo cuatro fosas, numeradas del 1 al 4, para dar albergue a los restos de cuantos republicanos habían sido fusilados en el muro del cementerio durante los años que tuvo lugar la Guerra Civil y cuyos cadáveres habían sido enterrados en una fosa común tras la ejecución. Sobre la tierra que los cubría colocaban un trozo de madera en el que, con pintura, escribían la fecha del acontecimiento: 11 de marzo de 1938 era la que aparecía sobre la tierra que cubría el cuerpo ya sin vida de mi abuelo.


Mi abuela contaba cómo llegó a enterarse del luctuoso hecho por Mercedes; una amiga que vivía cerca del cementerio y veía pasar el vehículo con los condenados a muerte. Mi abuelo le dio su cartera a un Guardia Civil que les acompañaba en ésa, su última madrugada, con la finalidad de que la hiciese llegar a mi abuela. Y llegó. Dentro guardaba fotografías y un papel de fumar en el que les dirigía a su mujer e hijos unas últimas palabras. En una de las fotos, de las que llamaban “de estudio”, aparecían inicialmente mi abuela, mi madre y mi tío. Es una foto en sepia, impresa en un papel fotográfico grueso. Esa característica le permitió a mi abuelo hacer un trucaje que hoy resolvería sin problema alguno cualquier programa informático de fotografía. De una foto suya recortó el perfil de su rostro y lo incrustó literalmente en la foto del trío, colocando su cabeza al lado de la de mi abuela y pasando el trío a ser un cuarteto que recogía una feliz imagen de la familia al completo. Por detrás, entre la fecha y su firma, una frase: “Os llevo en el corazón”. Y recíprocamente también mi abuela y sus hijos lo albergaron en el suyo. Por eso estábamos allí cada 1 de Noviembre.


Al llegar a Gijón cogíamos el tranvía que nos dejaba en Los Campos. Desde la parada hasta la cruz de Ceares, ascendíamos a pie por una calle sin asfaltar flanqueada de pláganos a ambos lados. Una vez en Ceares ya faltaba poco para llegar al Cementerio. Allí nos encontrábamos con conocidos que también acudían a visitar a sus muertos. Y con Rafaela. Era ésta una señora ya entrada en años que, con ilusión, coraje y valentía, peleaba arropada por el resto de personas que allí se concentraban en esas fechas, para conseguir unas tumbas dignas para mis abuelos (materno y paterno) y los de otros niños, padres de nuestros padres, maridos de nuestras abuelas, hijos o hermanos….

Después de depositar las flores, intercambiar en silencio palabras de amor, y rezos en algún caso, volvíamos por el mismo lugar por el que habíamos llegado hasta allí.
A la altura de Los Campos mi tío se despedía de nosotras y se iba mientras mi abuela y yo nos acercábamos hasta el Coto. En un lugar muy cerca de las cocheras de los tranvías vivía una tía de Bareto y mi abuela aprovechaba la proximidad para hacerle una visita antes de dar por cerrado el día en Gijón. Volveríamos más veces y, aunque no visitáramos el cementerio, el abuelo estaba siempre presente. En todo tiempo y todo espacio…


Karen Dinesen

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