domingo, 31 de octubre de 2010

SÁBADO DE INVIERNO


Sábado. Un placer despertar. El lunes estaba aún semioculto tras el domingo. Así que podría disfrutar del día sin la amenaza del Colegio a la vuelta de la esquina. Podía solazarme en aquel nido que constituía mi silueta perfilada en el colchón…recrearme en la demora para despegar las sábanas…dormitar y retomar el cuento leído la noche anterior para permitirme el lujo de soñar despierta. Que de estos sueños soy dueña y los manejo a mi gusto. Y no de aquéllos que me asaltaban algunas noches sin poder reaccionar frente a la agresión hasta despertar con el ritmo cardíaco acelerado escapando de alguna persecución horrenda. Pero estos son momentos para expansionarme y gozar. Con toda la calidad y el calor del instante…El olor de la leña ardiendo en el fogón de la cocina…el aroma a café recién hecho…a tostadas de pan frito… o a churros que mi abuela hacía si iba sobrada de tiempo.

A veces, en aquellos fines de semana de invierno, me llevaba el desayuno a la cama en una bandeja de madera con su mantelito y su servilleta, confeccionados por ella misma con alguno de los retales de tela que se compraba en los saldos y que remataba con una puntilla hecha a ganchillo. Otras veces era yo quien se levantaba para ayudarla en los preparativos, una vez puestas las zapatillas. La amenaza permanente de las anginas me tenía prohibido andar con los pies descalzos.

Después del desayuno yo iba presta al aseo mientras ella recogía y ponía en orden la casa. Me vestía con la ropa que mi abuela tenía ya preparada desde la noche anterior y le echaba una mano para finalizar las tareas antes de tejerme las trenzas o recogerme el pelo en unos artísticos moños que adornaba con lazos de raso. ¡Listas para salir!

El itinerario era el de costumbre. Comenzábamos en la lechería de Ricarda a la que volvíamos al final de la compra para recoger la lechera que habíamos dejado allí y volver a casa.

Si la comida no estuviese ya hecha ( en cuyo caso el cocido de turno hallábase en un discreto lugar de la chapa de la cocina, alejado del calor intenso y al caldeo del suave calor periférico), una vez despojadas de los “tiros largos” (que así llamaba mi abuela a ir vestidas para salir), mi abuela me ponía el mandilón, ella el mandil y, en un abrir y cerrar de ojos, preparaba unos macarrones con chorizo y una salsa de tomate que abrían el apetito del más desganado. Y eso que la comida no fue nunca uno de mis fuertes.

Los fines de semana comíamos los cuatro al mismo tiempo. Durante la semana, la jornada de Bareto, que había encontrado trabajo en la mina de Viñón como lampistero, mi horario de Colegio y el de mi tío en Telégrafos no nos permitía esta suerte. Que no sé si llamar suerte a esta aparente feliz oportunidad…porque como mi tío y Bareto se enzarzasen en una discusión PC/CNT, tenía que tocar mi abuela el silbato para poner orden. Distinto era, aunque no por ello menos animado, si ambos estaban de acuerdo en contravenir alguna de las noticias que escuchaban en la radio. No discutían entre sí pero mi abuela y yo no nos librábamos de la algarabía que organizaban y en la que ella ponía arbitrio insistiendo una y otra vez en el “más bajo que hay vecinos”.

La tarde la ocupábamos cada uno de nosotros a nuestras aficiones. Bareto y mi tío a la lectura mientras escuchaban la radio (cada uno tenía un pequeño transistor en su habitación). Yo me entretenía en hacerles vestidos a las muñecas, leer o dedicarme a la “arquitectura” con un juego de piezas de madera de distintos colores y formas con el que me encantaba distraerme. En uno de los estantes de mi habitación tenía una pequeña figura de barro que representaba a Fray Escoba (protagonista de una película de la época).Con las piezas de madera construía un convento con su claustro y todo en el que, posteriormente, colocaba la diminuta réplica del fraile como colofón.

Mi abuela cosía, hacía ganchillo mientras me contaba anécdotas de infancia y juventud o se dedicaba a preparar galletas o madalenas con el fin de aprovechar las natas que producía la leche al hervir, y que ella guardaba con sumo cuidado para tal menester. Entonces yo abandonaba cualquier cosa que estuviera haciendo y colaboraba en la actividad. Cuando hacía pasta para galletas me dejaba aplastarla con el rodillo de madera enharinado. Después sacaba los moldes del cajón (los había con forma de flor, de estrella, de media luna…) y yo disfrutaba silueteando la masa. Mi abuela colocaba las flores, estrellas y medias lunas en la bandeja del horno y a dejar que el calor de la cocina hiciera el resto. Y yo a seguir….recogía los recortes de masa desgajados de la labor artística de los moldes y hacía de nuevo una bola que volvía a aplastar con el rodillo para continuar con mi labor confitera.

Al atardecer, una vez preparada la cena, salíamos mi abuela, Bareto y yo a dar un paseo, recoger los tebeos semanales que mi abuela tenía reservados para mí en la imprenta de Luis, tomar un café en el Colón y vuelta a casa para cenar. Pronto me iría a la cama. Y la noche de los sábados las compartía con Carpanta, Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, el abuelo Cebolleta o las Hermanas Gilda. Inocentes risas y felices sueños…


Karen Dinesen

P.D. La imagen ha sido extraída de elrincondeltaradete.blogspot.com

5 comentarios:

belijerez dijo...

Si quisieras tus fines de semana actuales podrían ser preciosos, es cuestión de proponerselo.

Besitos, guapetona.

miner dijo...

Muy guapo tu relato. Me gustó especialmente lo de los sueños. Te quedó muy guapo lo de poder ser dueña de los mismo cuando estás despierta. Ahora la tele mató a los tebeos, una pena. Aunque mi recuerdo de los sábados está muy ligado a la serie de TV, Viaje al fondo del mar.
Un saludín

Luis Simón Albalá Álvarez dijo...

¿Cuantos años hace que no como macarrones con chorizo? ¿treinta?Una idea para cuando vaya a ver a mi madre.

Alipio dijo...

Entrañable relato de un sábado de los de antes.
Ahora parece que todo se limita a ir a un centro comercial.

Saludos.

Karen Dinesen dijo...

Beli...te aseguro que, a pesar de ciertas limitaciones, mis fines de semana son reconfortabtes.
Un abrazo


Miner, a mi la tele y el "Viaje al fondo del mar",los sábados por la tarde, ya me cayeron en la adolescencia, ¡pequeñajo!
Un abrazo

Luis Simón. Los macarrones con chorizo siguen estando buenísimos.
Así que visita a tu madre y le darás una alegría si se los ruegas.
Un abrazo.

Alipio..igual era la cocina de carbón que invitaba a quedarse en casa.
Mira, en el pueblo, una vecina que aún disfruta del calorín de la cocina, cada vez que hace referencia a ella, me dice: "ye como una persona". Y le divierte ver cómo me río con la expresión. Pero lo cierto es que el calor de la leña le hace compañía a Julia.Y la entiendo. Sabiduría popular. Se está perdiendo en favor de los Centros Comerciales. Agrupamientos populares para el consumo masivo.
Un abrazo, Alipio.