Recuerdo aquellos
cortinones. De una tela aterciopelada y color granate cubrían por completo la
pared que albergaba la ventana en cada habitación. A mí me resultaban estrepitosos aunque no
produjesen ruido alguno. Crujían a mis oídos. Bien es cierto que tamaña tela, que más bien
tenía el aspecto de un telón de teatro, contribuía a mantener el calor de la
casa en los húmedos y fríos días de invierno. La casa se alimentaba con el
calor de la cocina de carbón, y aunque era pequeña, no estábamos libres del
filtro de la humedad a través de aquellas pequeñas ventanas resguardadas del
exterior por unas contraventanas de madera y los visillos que mi abuela había
confeccionado hábilmente con los retales que se compraba en los saldos. Los
cortinones seguramente impedían la fuga del calorcillo. Pero estaban totalmente
fuera de lugar. Es probable que mi abuela hubiera visto alguna imagen en una
revista de moda que la llevase a imitar el diseño. En una casa de apenas
sesenta metros cuadrados, en los que la cocina era la estancia de “estar” ante la ausencia de una sala a tal
efecto, ya que la clase obrera no necesitaba de tales, y unas habitaciones en
las que la cama, el armario y la mesilla de noche quedaban encajados como si se
tratase de piezas de un puzle, los
cortinones que mi abuela había diseñado y confeccionado con orgullo no hacían
más que dificultar el paso por el escaso espacio que quedaba entre la pared y la
cama. Seguramente, a pesar de lo pesado que resultaba echarlas por la noche o
quizás por ello, cumplirían su función de abrigo.
Además de esta función que
es para la que estaban destinados, el azar quiso que los cortinones de mi
abuela resolvieran dignamente el
objetivo perseguido por un grupo de jóvenes entre los que se encontraba mi tío
Joaquín.
Hacía muchos años que en el
pueblo no se celebraba la tradicional Cabalgata de los Reyes Magos. La
precariedad y depresión en el ánimo que caracterizaron la postguerra no
parecían proclives a semejante derroche de ilusión. Y como el guion de “después
de la guerra”, que es la postguerra, no tiene fecha fija para darle un fin como a las películas, va diluyéndose ese
espacio temporal en las inercias hasta el punto de que un día se cae en la cuenta de que ya se está
en las postrimerías de tal y cabe darle un giro a la tendencia decadente en que
se han sumido a las alegrías. En estas estaba aquel grupo de jóvenes cuando mi
tío, ante la proximidad de la Navidad y sabiéndose corresponsable de una
sobrina de pocos años, lanza la idea de preparar una cabalgata de Reyes. Sólo
necesitaban de tres caballos ya que sobraban voluntarios para cabalgarlos. Dada
la escasez de recursos, era necesario buscar cómo vestir elegantemente a sus
majestades, los Magos, echando mano del arcón familiar donde lo hubiera y de la
imaginación de la que andaban sobrados. Así que, ni corto ni perezoso, mi tío
resolvió el tema de las majestuosas capas necesarias para el evento. A falta de
arcón, en casa había cortinones
aterciopelados y de color rojo vino que venían que ni pintados para la
ocasión. La colaboración de mi abuela para desprenderse temporalmente de ellos
y su habilidad para descoser, coser y transformar, con la inestimable ayuda de
la Singer, hicieron el resto.
Aquel año, desde una ventana
de la segunda planta de la casa de mis padres, mi imaginación pudo disfrutar de
la presencia de los Reyes Magos en el pueblo, cabalgando majestuosamente sobre
tres camellos. Porque mi tío dice que eran caballos. Pero yo os aseguro que vi
camellos.
Karen Dinesen
9 comentarios:
Un bonito regalo de Reyes en forma de relato. Un saludo Majestá.
Exquisito relato.
Los cortinones deben ser catalogados como tecnología de doble uso.
Que delicia recordar la imaginación y voluntad para superar las escaseces y ser felices con lo poco que había.
Algo que en la actualidad se echa de menos.....
Saludos y Feliz y venturoso 2013.
Miner, Alipio...Tengo que agradeceros de forma especial el hecho de que hayáis dedicado una parte de vuestro preciado tiempo a leer algo tan insignificante, ante los grandes problemas que nos acosan, como la historia de los cortinones de mi abuela.
Sin embargo la insignificancia de tal cosa ante los avatares del mundo mundial tiene para mí tanta importancia que, solo recordar la historia en la compañía de mi tío Joaquín, me hizo sentirme feliz, confortablemente arropada por su recuerdo.Escribirlo supuso recordarlo otra vez...Y tal sensación no es fácil de captar hoy ante los estímulos que nos rodean hasta el aplastamiento.
Compartirlo con vosotros, todo un honor además de un placer.
Abrazos.
yo lo compartí una y otra vez me parace entrañable esas son las cosas que merecen recordar..en esta edad que estamos no se si te pasa pero yo me siento feliz recordando cosas tan fascinantes de la niñez y las cosas de Bareto nunca se borraran.
¡¡Hola, Lupina!!
¡Cómo me presta verte por aquí!. Yo ya sé que tú pasas con frecuencia y disfrutas con estes cosines.
Pero fue toda una sorpresa el hecho de que te animases a comentar.
Un abrazo.
Con una de eses cortinones,tapizé yo el sofá de "Don Corlomine" en el Carnaval de la Villa 2013,y con la otra hice el fondo del escenariu de la cantante.Entra en Villaviciosahermosa y fíjate.Por supuesto,ya les recuperé pa volver a guardales en casa güeli,antes de que se entere JUaco.
Bueno,no pude cambiar la "Z" de tapicé,pero que conste,que sé que de escribe con "C".Lo veo y nme ofende a la vista ,pero por más que lo intento,no sé quitarlo.Besos
Jolín, Guilmore!! Como haz tiempu que no entro en el blog, no vi hasta hoy los comentarios que hiciste.
¡Cómo se nota que no intervienes mucho en la red! Gazapos como el tuyu...¡Yo a montones! Y después, como tú: un segundu comentario pa aclaralo.
No sabes como me presta que los cortinones de güelita sigan siendo útiles. Y pa causes que mueven a la ilusión.jejeje. ¡Qué gracia me hacen les cauteles que tienes con mi tíu! Que también ye el tuyu!!
Besinos
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