miércoles, 5 de noviembre de 2014

El REX...

Era el café preferido de mi padre.  El pueblo siempre se caracterizó por el elevado número de bares, chigres, cafeterías y establecimientos varios donde apoyar el codo en la barra , sujetando la barbilla en la palma de la mano mientras la pinta de vino, la botella de sidra, el café o la copa de "sol y sombra" esperaban pacientes el reclamo del  trago. 

Pero El Rex era especial. Siendo un lugar de agradable estancia no era muy frecuentado. Doble puerta en la entrada flanqueada por grandes ventanales. Amplio y luminoso. La barra, semicircular, ocupaba gran parte de la pared del fondo. En la misma, a la izquierda, creo recordar el acceso al servicio. El resto del espacio lo ocupaban mesas cuadradas de madera separadas entre sí lo suficiente como para no verse acosados por los vecinos pero sentir cerca su presencia...si los hubiera, claro. Casi nunca se daban posibilidades de agobio...  Extraño ver a alguien acodado en la barra. Ésta parecía ser terreno exclusivo de Facundo que aparecía al otro lado de la misma en pie, con los brazos separados del cuerpo y apoyadas las palmas con firmeza sobre la superficie o con los brazos cruzados a la altura del pecho con aspecto siempre vigilante cual capitán en el puente.

 Era hombre afable aunque de escasas palabras.Las justas para obtener la demanda del cliente tras saludar con educación pero sin efusiones. La imposibilidad de entablar conversación con él podría ser la causa por la que no fuera éste un café de mayorías dicharacheras que buscaban charleta en compañía del trago. Sin embargo, en mi padre ésa era la razón fundamental por la que le encantaba El Rex. A mi madre, toda ella "comunicación", aquello le parecía el paradigma del aburrimiento, que procuraba ahuyentar viendo en la televisión a Mario Cabré y su "Reina por un día" mientras se tomaba un café con pastas. Mi hermano y yo la acompañábamos en la admiración por aquellas imágenes en blanco y negro que la pantalla ofrecía a la vez que apurábamos el refresco con la ayuda de una paja que, una vez terminado  el contenido del vaso, contribuía al entretenimiento.Corrían los años sesenta y en casa aún no teníamos tele.

Cuando pronto mi padre le hizo un hueco en casa al novedoso electrodoméstico, nuestra sala se convirtió en lugar de reunión para los chicos del barrio. Nos hacíamos hueco entre las sillas, en el suelo, en los reposabrazos de los sillones o de pie apoyados en el respaldo para disfrutar en las tardes de los sábados de "Viaje al fondo del mar"...Así entró la tele en nuestras vidas...Pero esta es otra historia...

 (K.D.)   

3 comentarios:

Alipio. dijo...

Recuerdo que íbamos al "chigre" del pueblo a ver "Bonanza" los domingos por la tarde.

Y si caía una gaseosa, mejor que mejor.

Saludos.

Gustavo dijo...

Vaya sorpresa doble Karen. Gracias por deleitarnos con tus reflexiones y relatos.

Karen Dinesen dijo...

Y los sábados por la tarde...¡El virginiano! Un abrazo, Alipio.

Anda, Gustavo! Tú si que eres una sorpresa. Otro abrazo para ti.